GABRIELA CAÑAS 14/06/2009
La esposa del primer ministro británico, Sarah Brown, y la del presidente de EE UU, Michelle Obama, en la residencia de la primera.
Se les exige que no intervengan en la política en modo alguno
"Su papel de relaciones públicas es indiscutible", dice Battle
Michelle Obama ha dejado un trabajo en el que ganaba el doble que su marido
La mayoría se implica en temas sociales y de derechos humanos
Todas ellas, y algunas más, son mujeres que tuvieron que reinventar sus personajes sobre una base legal inexistente que les priva de alguna manera de sus vidas anteriores, pero también de obligación oficial alguna y de cualquier tipo de remuneración. En España, frente al amplio papel que la Constitución otorga al Rey, nada se dice de la Reina salvo que puede convertirse en regente en determinadas circunstancias. En Francia ocurre algo similar con la esposa del presidente de la República y en Reino Unido, con el marido de la Reina, como ha podido comprobar este periódico con los Gobiernos de los países citados. Los cónyuges de los primeros ministros o presidentes de Gobierno tampoco existen legalmente.
Fue este país el que acuñó el término de primera dama en 1860 y el que les exige a las que acceden a tal situación que se conviertan en madres y esposas ejemplares para toda la sociedad. Pero también ha sido el que más primeras damas activistas ha generado de los derechos humanos, la igualdad de la mujer o la reforma sanitaria, aunque la prensa prefiera derrochar tinta en sus atuendos y sus problemas sentimentales.
Como Carla Bruni o Letizia Ortiz, la apariencia física de la princesa Diana de Gales ejerció una irresistible atracción para la opinión pública mundial. Ni antes ni después de su divorcio del príncipe Carlos tuvo Diana de Gales asignado papel alguno. En el imaginario colectivo quedarán sus problemas sentimentales y sus fascinantes modelos. Pero a ella se le debe también el extraordinario apoyo que obtuvo la madre Teresa de Calcuta y, sobre todo, parte del éxito del Tratado de Ottawa que en diciembre de 1997 logró acordar la prohibición de las minas antipersonas.
Danielle Mitterrand rompió todos los moldes en los años ochenta. Además de no convivir en El Elíseo con su marido, fue una luchadora infatigable por los derechos humanos esquivando convencionalismos gracias a su fundación France-Libertés, que de alguna manera le permitió mantener su perfil inconformista y atrevido. La antigua agente de enlace durante la Resistencia se reunía con Fidel Castro para pedir la libertad de los disidentes, defendía a los saharauis frente a Rabat, acusaba al régimen indonesio de una campaña de terror en Timor Oriental y hasta sufría un atentado en el Kurdistán iraquí.
Carla Bruni-Sarkozy, por su parte, no ha abandonado su carrera de modelo y cantante -lo que ya es un avance- y, como primera dama de su país, no sólo se ha embarcado contra el sida. El pasado día 18 de mayo reclamó la liberación de la líder birmana de la oposición Aung San Suu Kyi (encarcelada por una nueva acusación tras años de reclusión domiciliaria) en una carta abierta dirigida al Gobierno de aquel país. "Aprovecho la situación que tengo y el eco que mi carta pudiera producir convirtiéndome en portavoz de todos aquellos que, en mi país, encuentran intolerable la suerte reservada a esta mujer", decía la carta. "Yo también he enviado una carta en los mismos términos", dice el ministro francés de Exteriores Bernard Kouchner, "pero le confieso una cosa: estoy seguro de que en Birmania han sido más sensibles al mensaje de Carla Bruni que al mío".
Danielle Mitterrand se negó a ser "el paquete del presidente", pero lo cierto es que todavía hoy, en el siglo XXI, las esposas de los jefes de Estado deben limitarse, como se estipula oficialmente, a ser las meras acompañantes de sus maridos. Expresar sus opiniones, como lo hizo la reina Sofía sobre los matrimonios homosexuales a través de un libro de Pilar Urbano, es algo fuera de norma. El Partido Popular la recordó elegantemente a la Reina su deber de cerrar la boca, norma que figura en una ley nunca escrita. "Los miembros de la familia real deberían mantener un principio de neutralidad", dijo el PP. "No deja de ser irónico que, en estos tiempos que corren de lucha por la igualdad, las mujeres casadas con nuestros líderes políticos tengan que aparcar sus ambiciones durante el mandato de sus cónyuges y guardarse su opinión para ellas mismas", ha dicho también la abogada Cherie Blair.
Sin duda, el papel de Cherie Blair ha sido incómodo. Si una primera dama es permanentemente cuestionada, qué decir de las esposas de los primeros ministros y presidentes de Gobierno. Carmen Romero, Ana Botella y Sonsoles Espinosa han declinado hablar de sus experiencias en La Moncloa para este reportaje. Es sabido el esfuerzo que algunas de estas mujeres han hecho para intentar pasar inadvertidas. Es una situación que muchos hombres han empezado a sufrir y que muchos más sufrirán en el futuro.
En este momento, la nueva generación de príncipes de las casas reales europeas está dominada por mujeres. Los futuros maridos de las que serán reinas de España, Noruega, Holanda, Suecia y Bélgica tendrán pocos modelos de los que tomar ejemplo. Uno de esos escasos ejemplos es el del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, marido de la reina Isabel. Este príncipe consorte acompaña a su esposa a la mayor parte de sus viajes, es almirante del Ejército, institución con la que mantiene un firme compromiso, y además preside los Premios Duque de Edimburgo, un programa especialmente diseñado para jóvenes, y encabeza la organización naturalista World Wide Fund for Nature (WWF).
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