Obama no sólo prometía cambio, sino que 'era' el cambio:
06.04.09 -
ENRIQUE ZALDUA*
LOS ÁNGELES *Enrique Zaldua es abogado y periodista.
Barack Obama junto a su esposa Michelle, durante el acto político que el presidente protagonizó ayer en la plaza del Castillo de Praga. / AFP
Cuando durante la campaña electoral el candidato Barack Obama prometió 'esperanza y cambio' al pueblo norteamericano, uno de los pilares de su compromiso fue el de transformar el molde de Washington e instaurar una forma de hacer política ágil, transparente y responsable ante el votante. Obama sintonizó perfectamente con la profunda veta de desencanto que se había ido extendido por el país durante los últimos ocho años -e incluso bastante antes- y con el hambre de ilusión de una sociedad preocupada por el futuro, huérfana de liderazgo y de grandes objetivos colectivos. Obama no sólo prometía cambio, sino que 'era' el cambio: afroamericano, de origen humilde, criado en Hawai e Indonesia y curtido políticamente en las calles de Chicago.
Y entonces se hundió Lehman Brothers.
Las ideas de renovación, casi de refundación, se enfrentaban a la prueba de choque de un huracán económico mucho más severo de lo que se creía sólo un par de meses antes. La cuestión estaba en saber si, llegado el momento, el presidente Obama cedería ante la presión de los acontecimientos y plegaría velas hasta un mejor momento, o si aprovecharía la crisis para avanzar en su programa.
De momento parece que es lo segundo. Quizás el aspecto más valiente de estos dos primeros meses de presidencia sea que Obama ha sabido percibir la coyuntura económica como una oportunidad para alterar radicalmente aspectos de la estructura socio-económica de EE UU, como el sistema de cobertura sanitaria y la política energética, con todas sus ramificaciones. Pero, al mismo tiempo, se percibe un cierto conflicto interno en algunas cuestiones que se ha trasladado sutilmente a la propia Administración.
El desembarco de la maquinaria 'clintoniana' en los departamentos económicos y de asuntos exteriores refleja una cierta ansiedad por parte de Obama, que le ha empujado a rodearse de gente experimentada en los entresijos políticos y financieros de Washington y Wall Street. Es, paradójicamente, la propia frescura del candidato y su falta de contaminación con el 'establishment' -además de un fino instinto político: a los enemigos, mejor tenerlos cerca, léase Hillary Clinton- lo que le ha llevado a recurrir a gentes curtidas en la administración de Bill Clinton y con conexiones en las altas esferas financieras, como Larry Summers (jefe del equipo económico) y Tim Geithner (secretario del Tesoro). No precisamente savia nueva ni inocente respecto a la situación económica actual.
La elección del equipo de Exteriores, dirigido por una Hillary Clinton fiel defensora de Israel y más cercana a las tesis intervencionistas en Afganistán que, por ejemplo, el vicepresidente Biden, juega peligrosamente con una vuelta al continuismo, especialmente en el conflicto en Oriente Medio. En el lado positivo, Obama ha sido fiel a su promesa electoral de preparar la salida de Irak, cerrar Guantánamo (en plazo) y buscar una nueva etapa de diplomacia y diálogo internacional basada en el multilateralismo desdeñado por Bush. De momento, sus gestos de acercamiento a Irán -mensaje al pueblo iraní en el Norwuz, su festividad de año nuevo, y contactos diplomáticos de bajo nivel-, así como la respuesta oficiosa, y no especialmente amistosa, de este país mediante un artículo de opinión publicado en 'Los Angeles Times' han sido acogidos con moderado interés por la opinión pública.
El Partido Republicano, aquejado de una abrumadora falta de liderazgo, prefiere mantener un cuerpo a cuerpo estéril en cuestiones presupuestarias antes que atacar la nueva política internacional, especialmente cuando desde sectores conservadores se ve con buenos ojos la decisión de aumentar la presencia militar en Afganistán. Es probable que las cosas cambien pronto, y no sólo desde el lado republicano: el diario prodemócrata 'New York Times' ha criticado veladamente a Obama en uno de sus editoriales por su actitud excesivamente diplomática durante el G-20, anunciando que "el presidente pronto tendrá que enfrentarse [a sus homólogos europeos]" en referencia a las medidas coordinadas para combatir la crisis económica.
En cuanto al binomio justicia-seguridad y quizá por su condición de experto y profesor de Derecho Constitucional -un terreno en el que se siente cómodo y está bien relacionado-, Obama sí ha recurrido a personas inequívocamente críticas con los desmanes inconstitucionales de la administración Bush, como Eric Holder (fiscal general) o Dawn Johnsen (directora de la Oficina de Asesoría Legal, pendiente de confirmación por el Senado) para dirigir el departamento de Justicia. Sin embargo, el equilibrio inestable entre el cambio y la 'realpolitik' de Washington es palpable cuando la CIA, dirigida ahora por Leon Panetta, antiguo jefe de gabinete de Bill Clinton, se resiste a desclasificar documentos sobre sus actividades.
¿Ha cambiado Obama tras su llegada al poder?
Sin ser oro todo lo que reluce, de momento se puede decir que mantiene claros sus principios y sus objetivos en la política doméstica. La paradoja es que, para poner en práctica su programa, hasta ahora ha necesitado aliados precisamente en los sectores de su partido menos abiertos a remover el 'statu quo' (tanto en el 'clintonismo' como entre los llamados 'blue dog democrats', el ala conservadora de los demócratas). Está por ver si su bautismo de fuego internacional y las medidas aprobadas en la reunión del G-20 le 'liberan' de la responsabilidad asumida por los despropósitos de sus antecesores y estimulan su proyecto de cambio o si, por el contrario, dan aire a los elementos más posibilistas de su administración y del 'establishment' demócrata. La solución a este dilema podría no sólo afectar a la duración de esta crisis, sino iniciar la cuenta atrás hasta la próxima.
afroamericano, de origen
humilde, criado en Hawai e Indonesia y curtido políticamente en las calles de Chicago.
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