El gran reto que Barack Obama enfrenta no es que el color de su piel sea diferente al de todos los hombres que han llegado a la Casa Blanca. Ni que su nombre no suene ''americano'' ni que el origen de algunos de sus antepasados sea africano.
El gran desafío que Obama, su esposa Michelle y sus estrategas enfrentan la próxima semana en la Convención Demócrata en Denver, Colorado, es cómo hacer añicos la perversa percepción de que su color, su nombre y su origen invalidan su ''americanidad'', ponen en duda su patriotismo, destacan su ''otredad'', y facilitan definirlo como ajeno a los ''valores'' americanos tradicionales.
Hay que resaltar las semejanzas del aspirante a la presidencia con el resto de sus compatriotas, pero no basta con eso: hay que persuadir a los votantes independientes que no están prejuiciados racialmente que el viejo cliché del país como una entidad nacional racialmente homogénea hace tiempo que dejó de existir.
Hay que modificar de manera convincente la narrativa tradicional de lo que significa ser estadounidense y replantearla en términos más amplios. Empezar por admitir que si bien Obama no es el jugador de fútbol americano colegial blanco, limpio, de pelo corto y de clase media que cumplía con el estereotipo del All American, sí es un ciudadano americano que se parece a muchos de los 102 millones de americanos minoritarios que representan el 34% de la población actual, pero que también se parece a americanos de origen anglosajón como el ex presidente Bill Clinton o a judíos americanos como el congresista Henry Waxman.
La participación de Hillary Clinton, programada para el segundo día de la Convención, refuerza el mensaje de la unidad partidaria a la hora de la verdad. También le da credibilidad al mensaje de la necesidad del cambio de rumbo y de foco en la política económica del país para beneficio de la gente común y corriente que ha perdido sus trabajos y sus casas, que no tiene seguro de salud y no puede pagar el costo de una educación universitaria.
El programa del miércoles aborda el tema de la seguridad nacional. Además de ratificar la posición del candidato sobre la guerra de Irak, planteándola como un error fatal de la actual administración que se perpetuaría si en noviembre los votantes se inclinaran por un candidato del mismo partido del actual presidente, deberá confirmar la decisión de empezar el retiro de las tropas estadounidenses a la mayor brevedad posible. Otro mensaje importante ese día estará a cargo de un selecto grupo de políticos que tienen fuerza en estados clave como Nuevo México, Indiana, Colorado, Nevada, Carolina del Sur y Pennsylvania.
Contar con el respaldo del ex presidente Bill Clinton y del senador Ted Kennedy simboliza el apoyo incondicional de los dos políticos de mayor jerarquía dentro del Partido Demócrata al candidato.
Este es el marco en el que Barack Obama dará el discurso más importante de su vida. Y aun reconociendo sus grandes dotes de orador, lo que habría que esperar en esta ocasión única es mayor claridad en el mensaje del candidato. El aplauso de las masas no se consigue con mensajes sutiles, pausados, reposados, inteligentes y matizados. Se consigue despertando la pasión y el entusiasmo de la gente.
Lo que tiene que hacer Obama es mostrarle a la nación que puede emocionar a los 75 mil americanos que se espera asistan a oír en vivo su discurso y a los millones de compatriotas que lo verán por televisión de la misma manera que logró conmover a cientos de miles de alemanes durante su reciente gira por Europa.
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