
Tomás Eloy Martínez / Colaborador de LA PRENSA GRÁFICA opinion@laprensa.com.sv
Fecha de actualización: 8/2/2008
El candidato Barack Obama se acerca raudo y sin evidentes obstáculos al objetivo que apareció en su horizonte hace cuatro años, cuando desembarcó en Washington como un senador sin experiencia pero con un carisma arrebatador y una ambición de acero.
Fecha de actualización: 8/2/2008
El candidato Barack Obama se acerca raudo y sin evidentes obstáculos al objetivo que apareció en su horizonte hace cuatro años, cuando desembarcó en Washington como un senador sin experiencia pero con un carisma arrebatador y una ambición de acero.
Las encuestas le dan entre siete y 15 puntos de ventaja sobre su rival, el senador republicano John McCain, del estado de Arizona. Si no tropieza ante alguna zancadilla electoral como la que quitó la Casa Blanca a Al Gore en 2000, el 4 de noviembre el senador demócrata de Illinois podría ser elegido el primer presidente negro de Estados Unidos: tan luego él, que nació en 1961, en plena batalla contra la discriminación racial.
Llegar a la Casa Blanca es la parte menos áspera del camino. Apenas entre en el Salón Oval, el 21 de enero de 2009, enfrentará las primeras ráfagas de una estructura política férrea, habituada a imponer sus intereses y renuente a los cambios. Obama lo sabe y no será el primer presidente en afrontar esa batalla en desventaja. Le sucedió a John F. Kennedy que salió del trance gracias al auxilio de asesores belicosos, el mejor de los cuales era su hermano Bob, y luego a Bill Clinton, que llegó desde la gobernación de Arkansas con un moderado adiestramiento.
Lo acechan, sin embargo, desafíos más arduos. Ha prometido poner de nuevo en pie a una nación debilitada por una política exterior con la que el presidente George W. Bush ha creado una atmósfera de miedo y sospecha.
La economía, ya postrada, sigue deteriorándose día tras día. Si el Congreso no aprueba un paquete extraordinario de medidas, la crisis de las hipotecas seguirá dejando literalmente en la calle a las familias de clase media cuyas deudas alcanzan valores superiores a los de sus casas. La recesión es una amenaza: los precios de los combustibles alcanzan alturas explosivas, el costo de los seguros médicos se lleva el 15% de los ingresos de quienes pueden pagarlo y la bonanza de la era Clinton se ha evaporado tanto que ni siquiera queda su recuerdo.
Todas las preguntas abren ventanas hacia el día siguiente a la asunción presidencial. Si Obama gana, ¿tiene el equipo, los recursos, la imaginación para lograr revertir los desatinos de un pasado que por lo menos seis meses más seguirá siendo presente?
No hay dudas de su energía, de su contagiosa certeza en que su gobierno podrá acabar con las adversidades actuales, pero también está claro que las medusas del poder en Washington, enquistadas desde hace décadas, lo enfrentarán con hábiles estratagemas no bien empiece a rozar sus intereses.
El programa de McCain, heredero del partido gobernante, solo roza la de Obama en la política para los 12 millones de indocumentados que habitan EUA: Ambos quieren un camino a la legalización que implique el pago previo de una multa y la obligatoriedad de aprender inglés. En los demás puntos fundamentales las diferencias son hondas y representan, en general, la continuidad de Bush o la búsqueda de otro rumbo. Pero una cosa son las excelentes propuestas de Obama y otra la posibilidad de implementarlas.
Allí donde Obama promete comenzar a retirar las tropas de Iraq apenas asuma y traer todas las unidades de combate en 16 meses, McCain se niega a hablar de fechas. El candidato demócrata cree que las acciones militares en Iraq, lejos de acentuar la seguridad de Estados Unidos, agravaron los conflictos en la zona y estimularon la adhesión a Al Qaeda. Al contrario, McCain sostiene que sería un grave error salir antes de que Al Qaeda sea derrotado en Iraq y antes de que entre en acción una fuerza de seguridad iraquí competente.
El republicano cree también que las tropas impedirían una invasión de Irán, cuyo régimen, junto con el de Siria, ha contribuido supone a la violencia en Iraq. Obama, en cambio, se propone “lanzar el esfuerzo diplomático más agresivo de la historia norteamericana reciente para alcanzar un nuevo pacto de estabilidad en Iraq y Medio Oriente”. Para evitar el peligro nuclear en Irán y defender los lazos entre Israel y EUA, trataría de entablar un diálogo directo.
En la economía, que enfrenta una recesión más profunda y larga que la de comienzos de los noventa y la de 2001, Obama quiere ir más allá que la devolución de impuestos con la que este año se trató de estimular el gasto de los contribuyentes. Se propone eliminar las reducciones tributarias, una iniciativa de Bush que el Congreso aprobó hasta 2010 a los que ganen más de $250,000 por año y trataría de imponer un alivio impositivo para quienes ganen menos de $50,000 anuales, entre los cuales se hallan los hogares negros, con un promedio de $32,100. Subiría, además, el impuesto al capital, algo que eriza a los republicanos.
Un dato crucial para asegurar el futuro de la administración de Obama es quién será finalmente su compañero de fórmula. Hasta ahora, los asesores que manejan el tema con seriedad y reserva parecen inclinarse por dos: John Edwards (aunque es improbable que acepte alguien que intentó ocupar ese lugar y perdió) y Sam Nunn, quien fue senador durante 24 años y actualmente dirige una ONG contra la amenaza nuclear en el mundo.
A Obama le gustan las sorpresas y no sería raro que se incline por alguien que casi nadie menciona: un senador nuevo, no contaminado por la atmósfera de Washington y que, como él, encarna el cambio prometido: el senador demócrata Jim Webb, del estado de Virginia.
Orgulloso de sus tres tatuajes y de su origen hijo de una familia trabajadora, descendiente de inmigrantes paupérrimos, aporta a Obama todo lo que los académicos no podrán darle jamás: un diálogo con la clase baja.
Si los jóvenes, los afroamericanos y los liberales de clase alta lo han sostenido hasta ahora, para ganarle a McCain, Obama necesita el favor de aquellos que preferían a su contrincante por la nominación demócrata, Hillary Clinton, gente que quiere que le hablen de cosas concretas, vive de salario en salario, se preocupa por la seguridad nacional y no son republicanos ni demócratas.
A Obama le costará salir adelante en una crisis múltiple cuyos actores están lejos de haber sido vencidos. Pero la presión de la opinión pública, anestesiada e indiferente desde hace tanto tiempo, se hará sentir como pocas veces. Su mensaje ha devuelto la esperanza en una vida mejor a una nación que desde hace ocho años solo espera un futuro menos sombrío.
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The New York Times Syndicate
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