por ANA ROMERO
Hace un año que Barack Hussein Obama juró su cargo como 44 presidente de Estados Unidos. Los españoles, con su Gobierno a la cabeza, no podían (ni querían) disimular su alegría. A muchos europeos les pasó igual. Han pasado 365 días. Sin apenas respiro, en tiempo real, se han sucedido los balances sobre su presidencia. En EEUU, el índice de popularidad de Obama es tan bajo como el de Ronald Reagan en 1982 (apenas roza el 50%).
Hace un año que Barack Hussein Obama juró su cargo como 44 presidente de Estados Unidos. Los españoles, con su Gobierno a la cabeza, no podían (ni querían) disimular su alegría. A muchos europeos les pasó igual. Han pasado 365 días. Sin apenas respiro, en tiempo real, se han sucedido los balances sobre su presidencia. En EEUU, el índice de popularidad de Obama es tan bajo como el de Ronald Reagan en 1982 (apenas roza el 50%).
En España, y en el resto del mundo, se oyen quejas. Los más generosos dicen que no ha hecho suficiente. Los menos (los franceses) le han llamado incluso el Carter negro. Se refieren, claro, al presidente Jimmy Carter (1977-1981). La toma de la Embajada americana en Teherán es posiblemente la imagen más viva de la debilidad que se le atribuye al presidente número 39.
El problema no es que las expectativas fueran demasiado altas (que también). Lo fundamental es que la premisa con la que se analizó a Obama era equivocada. No se le puede mirar con ojos europeos (o españoles). El 44 presidente es un producto de Estados Unidos de América, una criatura americana. Y si me apuran, más de centro derecha (en el sentido europeo) que de centro izquierda.
El problema no es que las expectativas fueran demasiado altas (que también). Lo fundamental es que la premisa con la que se analizó a Obama era equivocada. No se le puede mirar con ojos europeos (o españoles). El 44 presidente es un producto de Estados Unidos de América, una criatura americana. Y si me apuran, más de centro derecha (en el sentido europeo) que de centro izquierda.
En Washington no paso desapercibido el grado de personalización con el que el Gobierno español enfocó la campaña de Obama. Para los que quisieron escucharlo, el embajador saliente en Madrid, Eduardo Aguirre, lanzó un mensaje en la fiesta del 4 de julio (ya lo había hecho antes). El Ejecutivo tomó nota y cambió la táctica a partir de la llegada de Obama al poder. Puede que ahora, tras su asistencia al desayuno de oración en Washington, José Luis Rodríguez Zapatero entienda cómo es EEUU (con o sin Obama).
Un claro ejemplo de cómo funciona el sistema político en EEUU lo puso el encuentro de Obama con Bill Clinton y con George W. Bush. Cuando las cosas pintan mal, en EEUU se unen. En España, no. Así, en medio de una enorme crisis económica, Zapatero invita a La Moncloa a pensar a Felipe González y a otros de su cuerda (Jacques Delors y Pedro Solbes). Sería impensable la presencia de José María Aznar, bajo cuya presidencia España alcanzó las cotas más altas de prosperidad.
Esta criatura americana, pues, todavía no ha definido su presidencia. Según se mire, la botella está medio llena o medio vacía. Es cierto que ha salvado el sistema financiero mundial del colapso, pero también que en EEUU la tasa de paro es aún del 10%. Afganistán, Irak y Guantánamo son todavía dossieres abiertos o en vías de solución. La reforma sanitaria está cerca de conseguirse pero aún pendiente. La división política de la época de Bush, sigue ahí. Así, Glenn Beck, de Fox News, el nuevo gurú periodístico del país, califica la reforma de «socialismo del bueno, rascando los bolsillos de los ricos, para dárselo a los pobres». En los tres años que quedan y, para el próximo aniversario, cambiemos pues el prisma. Obama es un producto americano. Las expectativas, quizá, debieran bajar.
Un claro ejemplo de cómo funciona el sistema político en EEUU lo puso el encuentro de Obama con Bill Clinton y con George W. Bush. Cuando las cosas pintan mal, en EEUU se unen. En España, no. Así, en medio de una enorme crisis económica, Zapatero invita a La Moncloa a pensar a Felipe González y a otros de su cuerda (Jacques Delors y Pedro Solbes). Sería impensable la presencia de José María Aznar, bajo cuya presidencia España alcanzó las cotas más altas de prosperidad.
Esta criatura americana, pues, todavía no ha definido su presidencia. Según se mire, la botella está medio llena o medio vacía. Es cierto que ha salvado el sistema financiero mundial del colapso, pero también que en EEUU la tasa de paro es aún del 10%. Afganistán, Irak y Guantánamo son todavía dossieres abiertos o en vías de solución. La reforma sanitaria está cerca de conseguirse pero aún pendiente. La división política de la época de Bush, sigue ahí. Así, Glenn Beck, de Fox News, el nuevo gurú periodístico del país, califica la reforma de «socialismo del bueno, rascando los bolsillos de los ricos, para dárselo a los pobres». En los tres años que quedan y, para el próximo aniversario, cambiemos pues el prisma. Obama es un producto americano. Las expectativas, quizá, debieran bajar.
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