17 enero 2010

TODOS LLORAN POR HAITÍ, PERO NI SIQUIERA LA NATURALEZA PUEDE SUBSTITUIR A LA HISTORIA...



Al fin y al cabo, las fotografías del terremoto son más procesables que tener que reconocer la presencia de la oscura garra de Occidente en la tragedia de Haití.
Sandra Ezquerra/Interseccion[e]s 15-1-2010 a las 19:22
Kaos en la Red
El mundo entero se conmocionaba ayer ante los efectos del terremoto que asolaba y desolaba la capital de Haití. Se hablaba de “cien mil muertos en el país más pobre de América” y de que “el seísmo arrasó [Puerto Príncipe] como una bomba atómica”, y los titulares y las aterradoras descripciones de la situación iban acompañados de fotografías mostrando a personas enterradas vivas u otras enterradas y punto, de la sangre, el terror y la desesperación.

Todos hablan de Haití. Y cuando lo nombran no dejan de enfatizar que es uno de los países más pobres, corruptos y desgraciados del mundo: Hablan del marrón desolador de sus montañas desnudas fruto de las deforestaciones masivas, de la inestabilidad política que ha convertido al país en un estado fallido, de sus pasados dictadores, de la debilidad de sus instituciones, de su alto índice de pobreza, de la generalización del narcotráfico, de las bandas criminales y de su brutalidad, y, sobre todo, del eterno retorno de los desastres naturales. Y, aunque no siempre es nombrada, la mano irresponsable de los propios haitianos y de su clase política se intuye entre líneas.

Todos lloran por Haití. Y se movilizan. España envía aviones a la zona y coordina la ayuda de la UE. Obama promete “apoyo total” y “no descarta enviar soldados Estadounidenses. El secretario general de la ONU pide “la generosidad mundial para superar la catástrofe”. Y de esta manera, se inicia un carnaval de compasión, una olimpiada de la solidaridad, de la empatía, del famoso slogan clintoniano “siento vuestro dolor”. Los políticos regalan sus condolencias en público con rostros desencajados y lx ciudadanxs encontramos una causa más que justa para redimir nuestra culpa.

¿Dónde estaban las lágrimas y los pésames, me pregunto, durante las intervenciones occidentales a lo largo de todo siglo el XX para quitar y poner gobiernos en el país? ¿Dónde estaban durante el apoyo de EEUU a los apoyos de dictadores sangrientos en el país con la excusa de contrarrestar a la Cuba comunista? ¿Y cuando Washington expulsó a Aristide tras su giro a la izquierda? ¿Dónde estaban las lágrimas por siglos de explotación y expolio colonial y neoimperialista de sus recursos naturales, por el progresivo empobrecimiento de los haitianos, por la continua intervención política y económica extranjera, por las deforestaciones masivas para ampliar los monocultivos de exportación de caña de azúcar dejando así la producción agraria a merced del libremente injusto mercado y erradicando la capacidad del país de producir alimentos para sus habitantes? ¿Dónde ha estado todo el mundo durante la lenta y agonizante sangría del país por parte de potencias extranjeras durante siglos?

No estaban. No hablaban. No lloraban. No sentían el dolor de Haití, y todos aquellos que miraban entonces hacia otro lado o que conspiraban desde los centros del Poder, protagonizan ahora titulares y lideran misiones humanitarias para ayudar a salvar al país de los crueles caprichos de La Madre Naturaleza. Y es que es mucho más cómodo empatizar con la desolación cuando ésta es fruto de “extraños” designios naturales, más parecidos a la arbitrariedad de los dioses que a la Historia, que cuestionar el desamparo fruto de la explotación, del expolio, del racismo. En un caso se habla de pobres, de corruptos, de incapaces; en el otro de empobrecidos, de dominados, de subyugados.
Al fin y al cabo, las fotografías, las descripciones y las estadísticas del terremoto, por muy difíciles que sean de digerir, por mucho que nos corten la respiración, son muchísimo más procesables que tener que reconocer la presencia de la oscura garra de Occidente en la(s) tragedia(s) de Haití y la responsabilidad de nuestro país, y de tantos como él, en tanta desolación, en tanta muerte. Y es que quizás los terremotos, por naturales, son inevitables, pero el empobrecimiento, la explotación de las personas y de la naturaleza, el sufrimiento humano y la represión no. Y si no podemos culpar a la Naturaleza y a su inevitabilidad, sólo nos queda la Historia, que aunque a veces se haya repetido, no ha perdonado nunca y, desde luego, no se ha acabado aún.

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