por GINA MONTANER
Lo confieso: sobre mi mesilla de noche descansa un libro titulado 'Obtenga los brazos de Michelle Obama en 21 días'. En su interior hay fotos que ilustran ejercicios con pesas para acabar luciendo el tipo de la Primera Dama de Estados Unidos.
Lo confieso: sobre mi mesilla de noche descansa un libro titulado 'Obtenga los brazos de Michelle Obama en 21 días'. En su interior hay fotos que ilustran ejercicios con pesas para acabar luciendo el tipo de la Primera Dama de Estados Unidos.
Un año después de que el matrimonio Obama se instalara en la Casa Blanca, el 'look' de la esposa del presidente continúa siendo objeto de portadas y artículos. Sin duda influid.- os por el recuerdo de Jackie O, una pionera del movimiento fashionista, desde entonces no hay Primera Dama que se libre del escrutinio de los estilistas y expertos en moda.
Michelle Obama no iba a ser la excepción y todavía hoy, 365 días después de que se convirtiera en la primera inquilina afroamericana en el 1600 de la Avenida Pennsylvania, se discute su gusto por los cardigans o su rutina diaria en el gimnasio, donde ha logrado tonificar unos bíceps que son la envidia de muchas mujeres.
Bien, más allá del chisme de cuché en torno al estilo de la esposa de Obama, un año después los estadounidenses no sólo evalúan la gestión de su presiDente. En una encuesta realizada en diciembre por MIPO (The Marist Institute for Public Opinion), el 57% de los encuestados aprobó la labor de su consorte mientras que un 46% consideró que, hasta ahora, no ha aportado nada más allá del rol tradicional que se espera de la mujer de un jefe de Estado. Michelle ha pasado con buenas notas esta primera prueba de fuego, si se tiene en cuenta que durante la campaña electoral hubo muchos que no ocultaron hacia ella cierta hostilidad, tal vez confundidos por un gesto un tanto hosco que, muy posiblemente, transpiraba la tensión de una profesional más acostumbrada al ajetreo del bufete de abogados que al encorsetado protocolo de las esposas de los candidatos a la Presidencia.
Desde el principio Michelle Obama aclaró, a diferencia de Hillary Clinton, que no estaba interesada en seguir la andadura política de su marido. Su mayor preocupación era centrarse en sus dos hijas, Malia y Sasha, procurando que las niñas asimilaran sin traumas tan radical cambio de vida. Y así ha sido. Contando con la ayuda de su madre, la señora Obama se ha esforzado por reproducir en su nuevo domicilio la vida que dejaron atrás en un barrio acomodado de Chicago.
En este año tan intenso para los Obama, Michelle se ha centrado, sobre todo, en charlas motivacionales a favor del fortalecimiento de la familia por medio de la educación. Motivada por ser el vivo ejemplo de alguien que salió adelante en un gueto gracias al ejemplo de sus padres, la primera dama ha aprovechado entrevistas con figuras populares como Oprah Winfrey y Larry King para inspirar a los menos favorecidos. Y cuando lo ha hecho, más desenvuelta que en los eventos formales en la Casa Blanca, ha cautivado al público por su elocuencia y su indudable inteligencia.
Un año después de que Michelle Obama marcara con su impronta las estancias de su residencia provisional, hay quienes le reprochan, como la columnista Robin Givhan desde las páginas del Washington Post, que se ha dedicado a causas diversas sin concentrarse en un proyecto determinado, como lo han hecho sus predecesoras. Por ejemplo, la actual secretaria de Estado aprovechó el mandato de su marido, Bill Clinton, para impulsar una reforma sanitaria universal que fracasó en el intento. Y desde un discreto segundo plano Laura Bush amadrinó un programa de incentivación de lectura entre los niños en edad escolar. Según Givhan, la actual primera dama igual presume de su huerto orgánico, que arenga sobre los peligros de la obesidad infantil o apoya la lucha contra el cáncer de seno. En los salones de Washington están a la espera de que se convierta en estandarte de una cruzada particular porque eso es lo que se espera de ella.
Entretanto, ya ha participado en unos 200 actos, ha visitado 14 estados y ha viajado a 8 países.
Es muy pronto para hacer balance del papel que Michelle Obama desempeñará en los próximos años y qué peso tendrá en la historia de las primeras damas de EEUU. Por lo pronto, ha admitido que cuando mejor está es en las ocasiones en las que puede mostrarse tal y como es, más allá de una imagen mediática en la que no siempre se reconoce. Tal vez su principal causa sea la de continuar siendo simplemente Michelle.
Bien, más allá del chisme de cuché en torno al estilo de la esposa de Obama, un año después los estadounidenses no sólo evalúan la gestión de su presiDente. En una encuesta realizada en diciembre por MIPO (The Marist Institute for Public Opinion), el 57% de los encuestados aprobó la labor de su consorte mientras que un 46% consideró que, hasta ahora, no ha aportado nada más allá del rol tradicional que se espera de la mujer de un jefe de Estado. Michelle ha pasado con buenas notas esta primera prueba de fuego, si se tiene en cuenta que durante la campaña electoral hubo muchos que no ocultaron hacia ella cierta hostilidad, tal vez confundidos por un gesto un tanto hosco que, muy posiblemente, transpiraba la tensión de una profesional más acostumbrada al ajetreo del bufete de abogados que al encorsetado protocolo de las esposas de los candidatos a la Presidencia.
Desde el principio Michelle Obama aclaró, a diferencia de Hillary Clinton, que no estaba interesada en seguir la andadura política de su marido. Su mayor preocupación era centrarse en sus dos hijas, Malia y Sasha, procurando que las niñas asimilaran sin traumas tan radical cambio de vida. Y así ha sido. Contando con la ayuda de su madre, la señora Obama se ha esforzado por reproducir en su nuevo domicilio la vida que dejaron atrás en un barrio acomodado de Chicago.
En este año tan intenso para los Obama, Michelle se ha centrado, sobre todo, en charlas motivacionales a favor del fortalecimiento de la familia por medio de la educación. Motivada por ser el vivo ejemplo de alguien que salió adelante en un gueto gracias al ejemplo de sus padres, la primera dama ha aprovechado entrevistas con figuras populares como Oprah Winfrey y Larry King para inspirar a los menos favorecidos. Y cuando lo ha hecho, más desenvuelta que en los eventos formales en la Casa Blanca, ha cautivado al público por su elocuencia y su indudable inteligencia.
Un año después de que Michelle Obama marcara con su impronta las estancias de su residencia provisional, hay quienes le reprochan, como la columnista Robin Givhan desde las páginas del Washington Post, que se ha dedicado a causas diversas sin concentrarse en un proyecto determinado, como lo han hecho sus predecesoras. Por ejemplo, la actual secretaria de Estado aprovechó el mandato de su marido, Bill Clinton, para impulsar una reforma sanitaria universal que fracasó en el intento. Y desde un discreto segundo plano Laura Bush amadrinó un programa de incentivación de lectura entre los niños en edad escolar. Según Givhan, la actual primera dama igual presume de su huerto orgánico, que arenga sobre los peligros de la obesidad infantil o apoya la lucha contra el cáncer de seno. En los salones de Washington están a la espera de que se convierta en estandarte de una cruzada particular porque eso es lo que se espera de ella.
Entretanto, ya ha participado en unos 200 actos, ha visitado 14 estados y ha viajado a 8 países.
Es muy pronto para hacer balance del papel que Michelle Obama desempeñará en los próximos años y qué peso tendrá en la historia de las primeras damas de EEUU. Por lo pronto, ha admitido que cuando mejor está es en las ocasiones en las que puede mostrarse tal y como es, más allá de una imagen mediática en la que no siempre se reconoce. Tal vez su principal causa sea la de continuar siendo simplemente Michelle.
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