Betancourt asegura que sus captores la trataron particularmente mal por considerar que venía de una familia de cierta tradición política.
Sáb, 12/07/2008 - 05:31
Foto: Guillaume Baptiste / AFP
Sáb, 12/07/2008 - 05:31
Foto: Guillaume Baptiste / AFP
Durante los últimos siete días, Ingrid Betancourt ha estado envuelta en un extraordinario frenesí de reuniones de aeropuerto, juntas presidenciales y discursos públicos que encendieron las emociones internacionales, mientras que se reajustaba a lo extraño de dormir en una cama y oler perfume.
Su piel pálida y su cabello largo y delgado y, bajo los puños de su traje sastre, su piel llena de cicatrices por las cadenas, son señales difíciles de borrar de seis años de cautiverio. Ella no se cortará el cabello hasta que el último de los cientos de rehenes que todavía permanecen en manos de los rebeldes de las FARC esté libre.
Aunque se ha negado a explicar el grado de la “tortura y humillación” física y psicológica que soportó, dijo el 9 de julio que algún día contaría la verdad de lo que tuvo que pasar en manos de las guerrillas colombianas. “Sé que tengo que dar testimonio sobre todo lo que viví” le dijo a The Guardian. “Pero necesito tiempo. No es fácil hablar de cosas que probablemente todavía duelen y dolerán toda mi vida... espero que no. Lo único que tengo claro es que quiero perdonar, y el perdón llega con el olvido.”
Dijo que primero debe olvidar “para encontrar la paz” y luego “recuperar los recuerdos”, es de esperar que “filtrados” y menos dolorosos. Dijo que sus captores la trataron con una malicia excepcional porque las guerrillas consideraban que provenía de una familia política establecida.
En nuestra entrevista, Betancourt, exhausta, fue auxiliada por su hija, Melanie, su hijastro Sebastien y su hermana Astrid, quienes dijeron que ahora se retiraría con sus hijos para “acomodar las piezas de seis años de ausencia”.
La ex candidata presidencial de Colombia, que adquirió la nacionalidad francesa después de casarse con un diplomático francés, permanecerá en ese país por el momento, y no quiso decir cuándo regresará a Colombia por motivos de seguridad.
Cuando fue secuestrada en 2002, contendía por la presidencia, contra el tráfico de drogas y la corrupción que devasta a una de las sociedades más violentas del mundo. Recibió amenazas de muerte con regularidad, y sus hijos adolescentes tuvieron que ser enviados al extranjero.
Ahora, en Francia, su seguridad sigue siendo alta. Ha dicho que se tomará un tiempo para adaptarse a las camas, al agua caliente que “duele” y, particularmente, al olor del perfume en Francia.
En la jungla, a menudo estaba bajo el follaje, impedida de ver la luz del sol por días, u obligada a caminar por tramos de hasta 24 kilómetros, cubriendo hasta unos 325 km al año. Durante su cautiverio, intentó escapar cinco veces, el primero sólo duró unas pocas horas, al darse cuenta de que no sabía cómo sobrevivir en la jungla.
Cuando la atraparon, fue encadenada por el cuello y obligada a permanecer de pie tres días.
Después de eso, estuvo encadenada 24 horas al día –la única mujer entre los prisioneros, que eran soldados del ejército colombiano, quienes a menudo no habían visto a una mujer en años.
Describió cómo se obligaba a actividades para permanecer cuerda, tales como contar cuentos, enseñarles francés a otros, coser, reciclar objetos o escribir. “Lo importante era llenar el día con actividades que se pudiesen repetir, como en un programa: darse estabilidad en un mundo que no la tiene, esa fue la clave” dijo.
Cuenta que obtener una aguja e hilo, o cualquier objeto pequeño con el que distraerse, era casi imposible debido a que los guardias la trataban como enemiga. Otros rehenes le pasaban cosas. Su posesión clave era una Biblia: en una etapa a su grupo le dieron libros, incluyendo a Harry Potter.
Intentó limitar lo que escribía en libretas, porque eran pesadas de cargar con el resto de sus cosas durante las marchas. En una etapa, quemó cuatro libretas, sabiendo que estaba demasiado débil como para cargarlas.
Tenía que pedirle todo a los guardias, desde el papel de baño hasta las toallas sanitarias. Rara vez tenía algo nuevo para leer, pero al principio de su cautiverio le dieron un trozo de coliflor envuelto en un papel periódico. Ansiosa por algo que ver, estiró la hoja y vio un ataúd, y se dio cuenta de que era la cobertura del funeral de su padre, que había muerto una semana después de su secuestro. Dice que se sintió suicida y devastada por su muerte.
Tenía un viejo radio que era una línea de vida para los mensajes que su madre le transmitía regularmente y para mantenerse al tanto de las noticias.
Dice que aprendió mucho de sus compañeros rehenes, incluyendo a los tres estadunidenses que llegaron a su grupo después de varios meses de cautiverio. “Fue muy duro para ellos. Sólo uno hablaba el idioma.”
El síndrome de Estocolmo, de identificarse con los captores, está muy alejado de la experiencia de Betancourt.
Insiste en que cree que no se pagó rescate por ella. Describió la operación para liberarla como “100% colombiana” pero dijo que los estadunidenses habían sido informados que la operación se iba a realizar. Cuando le preguntaron si los israelíes habían ayudado, dijo que no lo sabía: “Es posible”.
“No he dejado Colombia... Mi espíritu está en Colombia. Volveré muy pronto” dijo. Ahora está concentrada en comunicar un mensaje al mundo “que necesitamos permanecer unidos y luchar por quienes todavía están en la jungla”.
Betancourt negó que los festejos nacionales franceses por su regreso al país en el que pasó su juventud le haya dado a Sarkozy un gran impulso en los medios. “No es un regalo político” dijo. “Somos humanos. ¿Por qué convertir siempre una actitud humana en una conducta política? Odio eso.”
“Sentí felicidad de estar allí. Tocarlo fue como tocar a Francia y a todo el pueblo francés. El amor es la clave.”
Angelique Chrisafis • París
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