12 marzo 2008

SE EVITO LA GUERRA, PERO SIGUE LA CRISIS....


Claves del giro copernicano que, de manera espectacular, permitió conjurar el peligro de una guerra entre Colombia, Ecuador y Venezuela. El rol de Brasil; lo que debe cambiar para pasar de las fronteras calientes a la buena relación permanente, y el papel de la Argentina en la maratónica pulseada diplomática que sacó a la región de un grave pico de tensión política y militar.

por: Claudio Fantini

Si los medios de comunicación de verdad reflejan la temperatura política de la región, Sudamérica pasa del pánico a la extrema relajación con facilidad preocupante.Una semana atrás, la sombra de la guerra oscurecía esta parte del planeta. Los presidentes se insultaban y rompían relaciones diplomáticas, mientras los ejércitos marchaban hacia fronteras selváticas donde la acumulación militar puede provocar esos roces accidentales que detonan conflictos.

El cambio vertiginoso de clima abarcó incluso una cumbre de un día en Santo Domingo, donde los presidentes enfrentados pasaron en un santiamén del agravio y la acusación al abrazo emocionado y la sonrisa amistosa.Dos días después, la oscura tormenta se había disipado en las portadas de los principales diarios. ¿Qué significan tales giros copernicanos? ¿Se puede confiar en gobiernos ciclotímicos que a la mañana son guerreros y a la tarde pacifistas?

Alvaro Uribe primero ataca a las FARC en Ecuador y luego repite como un loro mil pedidos de perdón y el compromiso de no reincidir en tal error. Y Chávez moviliza batallones y más tarde canta alegremente a un público de distendidos presidentes.¿Qué obró semejante milagro? ¿La magistral conducción que de la cumbre del Grupo Río hizo el inteligente y cálido Leonel Fernández? ¿La catarsis de insultos y acusaciones que en las primeras horas del encuentro hicieron Correa y Uribe?

En realidad, lo único que explica el abrupto cambio de ánimo en sentido positivo fue la invisible omnipresencia de Itamaraty. La experimentada diplomacia de Brasil, fuertemente apoyada por los otros dos únicos países latinoamericanos que tienen política exterior, México y Chile, ejerció una sofocante presión bien intencionada sobre los tres protagonistas de la crisis, logrando de cada uno las concesiones claves para superar el peligroso pico de tensión que se vivía.

El único presidente que no estuvo personalmente en la increíble cumbre de Santo Domingo, Luiz Inacio Lula da Silva, fue el principal hacedor del sorprendente final feliz que tuvo el electrizante drama colombo-ecuatoriano-venezolano. Y su primer mérito es no haber actuado desde el rutilante escenario de la política visible, sino desde las bambalinas ocultas de la diplomacia. Porque si Lula hubiera buscado autopromoción, como hicieron irresponsablemente muchos mandatarios del área, la distención no hubiera llegado con la premura que llegó.

El segundo mérito de esta presión diplomática benévola fue anteponer la salida del pico de tensión conjurando el riesgo de una guerra, al afán condenatorio de las desmesuras cometidas por los protagonistas.El tercero fue situarse en una posición equidistante y por ende equilibrada, que le permitió sancionar sin dobleces la extralimitación cometida por Uribe, dado que ser permisivo en ese punto implicaría el caos bélico permanente; al mismo tiempo que advertía a Hugo Chávez y su bloque que tener turbios contactos con las FARC y darle santuarios en sus territorios, equivale a involucrarse en el conflicto interno colombiano violando la soberanía de ese país vecino.

En definitiva, se obró desde el sentido común y los tratados internacionales vigentes. Y se ejerció una presión política y diplomática tan abrumadora, que no podía mostrarse a la luz del día porque habría sido humillante para los protagonistas del conflicto.Lo que logró esa presión fue que Uribe se comprometiera a no realizar nuevos ataques en países vecinos, a pesar de la presencia de las FARC con bases y campamentos en Ecuador y Venezuela.

En cuanto a Chávez, logró que de inmediato pusiera marcha atrás en el cerco que con tanta velocidad y efectividad estaba imponiendo sobre Colombia para aislar regionalmente al gobierno de Uribe. Fue tan abrupta esa marcha atrás que, además de hacer regresar a sus cuarteles a los batallones que marcharon hacia la frontera sin poder siquiera bajar de los camiones, dejó en posición incómoda al nicaragüense Daniel Ortega, quien acababa de retirar su embajador de Bogotá.
Ahora bien, lo que se logró fue superar el pico de tensión conjurando en lo inmediato el riesgo de una guerra; pero no la superación de la crisis político-militar que puso la región al borde del conflicto.Dicha crisis se incuba desde hace tiempo, pero creció y se hizo evidente con la gestión externa para la liberación de los rehenes en manos de las FARC. Concretamente, cuando Francia logró que Uribe aceptara la mediación de Hugo Chávez, que inexorablemente le resultaría incontrolable e insoportable.
Es difícil imaginar una salida de la crisis que enfrenta a Uribe con Chávez y con los gobiernos alineados con el hombre fuerte de Caracas. La inmensa dificultad que implica requiere de Brasil un rol permanente en el mismo sentido que le sirvió para conjurar el riesgo de una guerra.La crisis quedará superada si Uribe depone la insensibilidad brutal que hasta ahora a demostrado frente a la tragedia de los rehenes, y si Chávez deja de utilizar la liberación de esos cautivos como un instrumento para construir poder regional y para debilitar a su adversario colombiano.Así como este pico de tensión evidenció los roles de los gobiernos chavistas (el ecuatoriano y el nicaragüense), y el de los países de política exterior seria y vigorosa, o sea Brasil, México y Chile, que no son sumisos ni a Washington ni a Chávez, aún falta clarificar el rol que deberán asumir los países de actitud más nebulosa.

Por caso, la Argentina, que actuó bien en lo invisible, apoyando la iniciativa brasileña, pero en lo visible gesticuló a favor de una de las partes (el líder venezolano) sin recriminarle la alianza que él mismo desnudó con las FARC, una organización adicta a la brutalidad y al enriquecimiento mafioso.

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