22 mayo 2011

LA FORTUNA DE LA ESPOSA TRAICIONADA EN APOYO DE DOMINIQUE STRAUSS...

Anne Sinclair (centro) sale el jueves del tribunal con Camille, una de las hijas de DSK.- D. BARRY (GETTY)

Anne Sinclair pagará la defensa, la seguridad y los detectives privados
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA - París - 22/05/2011
El jueves, después de que el juez neoyorquino Michael Obus concediera a Dominique Strauss-Kahn la libertad bajo fianza en arresto domiciliario, el ya ex director gerente del Fondo Monetario Internacional se volvió, por un momento, y miró hacia el público. En primera fila se encontraba su esposa, Anne Sinclair, que había volado el lunes desde París hacia Nueva York. DSK levantó la mano, saludó y sonrió. Ha sido la única vez que se ha visto sonreír a este exlíder mundial, acusado ahora de intento de violación, entre otros delitos, y con un futuro judicial (y un futuro a secas) bastante sombrío.
La prensa estadounidense se preguntó entonces quién era esa mujer morena, de 62 años, de vestido y chaqueta, que salía de la sala del tribunal mirando al frente, abrazada a una de las hijas de Strauss-Kahn. Pocos minutos después de abandonar el hotel de lujo en el que se hospedaba y en el que se produjo, según la denuncia, el intento de violación y el secuestro, el político francés llamó por teléfono a su mujer: "Algo grave ha pasado", explicó DSK.
Sinclair es la nieta heredera de uno de los mayores marchantes de arte del mundo, Paul Rosenberg, amigo (y comprador) de pintores afincados en París como Picasso, Matisse o Braque, entre otros. Durante la II Guerra Mundial, Rosenberg huyó a Nueva York dejando su impresionante colección de arte escondida en tres lugares. Tras la victoria de los aliados, logró recuperarla casi por entero. Todo ese tesoro, calculado en cientos de millones de euros, pertenece ahora en exclusiva a su nieta. Nacida en Nueva York, criada en París, de doble nacionalidad, bilingüe, periodista estrella de la principal cadena de televisión francesa durante los años ochenta, época en que Sinclair presentó un programa de entrevistas políticas, 7 sur 7, por el que desfiló todo el que era alguien en la Francia en aquel tiempo. Excepto el ultranacionalista Jean-Marie Le Pen, a quien Sinclair, de ascendencia judía, hija de un héroe de la Resistencia y simpatizante de la izquierda francesa, se negó a invitar siempre.
En 1991 se casó con Strauss-Kahn y formó con él una familia atípica: ella aportó dos hijos de su anterior matrimonio; él, cuatro de los dos suyos. Siempre apoyó las aspiraciones políticas de su ambicioso marido, le disculpó públicamente la infidelidad con una economista húngara que en 2008 a punto estuvo de costarle ya el cargo al exdirector del FMI y estaba dispuesta a emplear su fortuna en sostener su candidatura para la presidencia de la República el año que viene. Ahora la empleará en otra cosa: en la defensa de Strauss-Kahn y en los gastos que la estancia de preso de lujo hipervigilado generará en los meses en los que permanecerá en Nueva York mientras espera un juicio en el que se enfrenta a 78 años de cárcel. Le Figaro calcula que ascenderán a entre dos y tres millones de euros, sin contar con la fianza: un millón de dólares (700.000 euros) y la garantía bancaria de cinco millones de dólares.
El exdirector del FMI vivirá en un apartamento custodiado 24 horas al día por cámaras, con guardias armados en la puerta y con un brazalete electrónico en el tobillo. Solo podrá salir, tras pedir permiso con seis horas de antelación, para ir al médico, al juzgado o a la sinagoga. Podrán visitarle cuatro personas a la semana, además de la familia. Todo sufragado por el propio Strauss-Kahn o su mujer, que además deberán hacer frente a la minuta de los abogados penalistas más famosos y caros de Nueva York, William Taylor y Benjamin Brafman. Estos, por su parte, contratarán -a costa de DSK, evidentemente- a la famosa firma de detectives privados neoyorquinos White Post Solutions a fin de que escarben en la vida de la empleada de hotel que puso la denuncia y en la de su familia, amigos, amantes o enemigos, a la búsqueda de una rendija por la que colarse y desacreditar su testimonio.

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