Señora Presidenta de la Cámara de Representantes, Sr. Vicepresidente, miembros del Congreso:
Estoy aquí esta noche no sólo para dirigirme a las distinguidas damas y caballeros en este gran recinto, sino para hablar directa y francamente con los hombres y mujeres que nos trajeron aquí.
Sé que para muchos estadounidenses que nos observan en este momento, el estado de nuestra economía es una inquietud mayor que todas las demás. Y con toda razón. Si no han sido afectados personalmente por esta recesión, probablemente conocen a alguien que ha sido afectado: un amigo, un vecino, un miembro de su familia. No necesitan escuchar otra lista de datos para saber que nuestra economía se encuentra en crisis, porque la viven todos los días. Es la preocupación con la que se despiertan y motivo de desvelo de noche. Es el empleo que pensaron que tendrían hasta jubilarse, pero que ahora han perdido; el negocio con el que soñaron y que ahora pende de un hilo; la carta de aceptación a la universidad que su hijo tuvo que volver a guardar en el sobre. El impacto de esta recesión es real y está por todas partes.
Pero a pesar de que nuestra economía se haya debilitado y nuestra confianza se vea afectada; a pesar de que estamos viviendo en tiempos difíciles e inciertos, esta noche quiero que todo estadounidense sepa lo siguiente: Reconstruiremos, nos recuperaremos, y Estados Unidos saldrá de esto más fuerte que nunca.
El peso de esta crisis no determinará el destino de esta nación. Las respuestas a nuestros problemas no están fuera de nuestro alcance. Están en nuestros laboratorios y universidades; en nuestros campos y nuestras fábricas; en la imaginación de nuestros empresarios y el orgullo del pueblo más trabajador en la faz de la Tierra. Aún poseemos a manos llenas las cualidades que han hecho de Estados Unidos la mayor fuerza de progreso y prosperidad en la historia de la humanidad. Lo que se requiere ahora es que este país se una, que encaremos audazmente los desafíos que enfrentamos y asumamos la responsabilidad por nuestro futuro una vez más.
Ahora, si somos francos con nosotros mismos, admitiremos que durante demasiado tiempo, no siempre hemos cumplido con estas responsabilidades, ya sea como gobierno o como pueblo. Digo esto no para designar culpables ni mirar hacia atrás, sino porque sólo al comprender cómo llegamos a este momento podremos salir de este aprieto.
El hecho es que nuestra economía no comenzó a deteriorarse de la noche a la mañana. Tampoco se iniciaron todos nuestros problemas cuando el mercado de vivienda colapsó o la bolsa de valores se desplomó. Sabemos desde hace décadas que nuestra supervivencia depende de encontrar nuevas fuentes de energía. Sin embargo, importamos más petróleo ahora que nunca antes. El costo del cuidado de salud devora más y más de nuestros ahorros todos los años, sin embargo continuamos retrasando reformas. Nuestros niños competirán por empleos en una economía mundial para la cual demasiadas de nuestras escuelas no los preparan. Y aunque todos estos desafíos continuaron sin solución, logramos gastar más dinero y acumular más deudas, tanto como personas y como gobierno, que nunca antes.
En otras palabras, hemos vivido una era en la que demasiado a menudo, las ganancias a corto plazo eran apreciadas más que la prosperidad a largo plazo; en la que no miramos más allá del próximo pago, el próximo trimestre o las próximas elecciones. Un superávit se convirtió en excusa para transferir riqueza a los acaudalados en vez de una oportunidad de invertir en nuestro futuro. Se desmanteló la reglamentación a favor de utilidades rápidas y a costa de un mercado saludable. Sabiendo que no estaban a su alcance, las personas compraron casas de bancos y prestamistas que, de cualquier manera, querían colocar esos malos préstamos. Y mientras tanto, se pospusieron debates cruciales y decisiones difíciles hasta otro momento, otro día.
Bueno, ha llegado el día del ajuste de cuentas, y éste es el momento de hacernos cargo de nuestro futuro. Éste es el momento de actuar de forma audaz y sensata, no sólo para reactivar esta economía, sino para sentar nuevas bases para una prosperidad perdurable. Éste es el momento de impulsar la generación de empleo, reactivar los préstamos e invertir en sectores como el de energía, cuidado de salud y educación, que harán que nuestra economía crezca, incluso a la vez que tomamos las difíciles decisiones de reducir nuestro déficit. Ése es el propósito de mi plan económico, y de eso me gustaría hablarles esta noche.
Es un plan que comienza con el empleo. Tan pronto asumí el cargo, le pedí a este Congreso que para el Día del Presidente, tuviera listo un plan que volviera a poner a la gente a trabajar y que le pusiera dinero en el bolsillo. No porque creo en aumentar la burocracia. No creo en eso. No porque no me importe la deuda masiva que hemos heredado. Sí me importa. Hice un llamado a la acción porque no hacerlo hubiera significado perder más empleos y hubiera causado más dificultades. De hecho, no actuar habría empeorado nuestro déficit a largo plazo al asegurar poco crecimiento económico durante años. Por eso fue que presioné para actuar rápidamente. Y esta noche, me siento agradecido porque este Congreso hizo su trabajo, y me complace decirles que la Ley para la Recuperación y Reinversión en Estados Unidos ya fue promulgada.
En los próximos dos años, este plan preservará o creará 3.5 millones de empleos. Más de 90% de estos puestos de trabajo estarán en el sector privado: empleos para reconstruir carreteras y puentes, para fabricar turbinas de viento y paneles solares, para tender banda ancha y expandir el sistema de transporte público.
Debido a este plan, hay maestros que ahora pueden conservar sus puestos y educar a nuestros hijos. Los profesionales de la salud pueden seguir cuidando de los enfermos. Esta noche, 57 oficiales de policía pueden seguir patrullando las calles de Mineápolis, porque su departamento estaba a punto de despedirlos, y este plan lo evitó.
Debido a este plan, 95% de las familias trabajadores en Estados Unidos recibirán un recorte tributario... un recorte tributario que verán en sus talones de pago desde el 1º de abril.
Debido a este plan, las familias que tienen dificultades para cubrir los costos de la educación superior recibirán un crédito tributario de $2,500 para los cuatro años de universidad. Y los estadounidenses que han perdido su empleo en esta recesión podrán recibir una extensión en los beneficios por desempleo y cobertura para cuidados de salud que los ayudará a resistir esta tormenta.
Sé que hay algunos en este recinto y otros que nos ven desde sus hogares que no creen que este plan funcione. Y entiendo ese escepticismo. Aquí en Washington, hemos visto lo rápido que las buenas intenciones se vuelven promesas incumplidas y despilfarro. Y un plan a esta escala implica enorme responsabilidad y la necesidad de hacerlo correctamente.
Por eso le pedí al Vicepresidente Biden que encabezara un esfuerzo de supervisión estricta sin precedente, porque a Joe no se le escapa una. Y les he dicho a todos y cada uno de los miembros de mi gabinete, así como a los alcaldes y gobernadores de todo el país, que a mí y al pueblo estadounidense nos tendrán que rendir cuentas por cada dólar que gasten. Y he designado a un Inspector General de comprobada capacidad y dinamismo para identificar todos los casos de despilfarro y fraude. Y hemos creado una nueva página web llamada recovery.gov para que todos los estadounidenses puedan saber cómo y dónde se gasta su dinero.
Por lo tanto, el plan de recuperación que aprobamos es el primer paso para lograr que nuestra economía vuelva a encaminarse. Pero es sólo el primer paso. Porque incluso si no cometemos ningún error al administrar este plan, no habrá una recuperación real a menos que solucionemos la crisis de crédito que ha debilitado seriamente a nuestro sistema financiero.
Y esta noche quiero hablarles simple y sinceramente sobre este tema, porque todo estadounidense debe saber que eso afecta directamente su bienestar y el de su familia. También quiero que sepan que el dinero que han depositado en los bancos de todo el país está a salvo, que su seguro no está en peligro y que pueden confiar en que nuestro sistema financiero continuará funcionando. Esto no debe ser causa de preocupación alguna.
Lo que nos inquieta es que si no reanudamos los préstamos en este país, nuestro plan de recuperación estará destinado a fallar sin siquiera haber empezado.
Vean, el flujo de crédito es lo que le da vida a nuestra economía. La capacidad de conseguir un préstamo determina la posibilidad de financiar todo, desde una casa hasta un auto y los estudios universitarios; es la manera en que las tiendas renuevan su inventario, las granjas compran equipo y las empresas pagan sus planillas.
Pero el crédito ya no fluye como debería. Demasiados préstamos impagos resultantes de la crisis hipotecaria han afectado los balances contables de demasiados bancos. Con tanta deuda y tan poca confianza, ahora estos bancos temen prestar más dinero a familias, empresas y a otros bancos. Cuando no hay préstamos, las familias no pueden comprar casas ni autos. Entonces las empresas se ven forzadas a hacer despidos. Luego nuestra economía sufre aun más, y hay menos crédito disponible.
Por eso, este gobierno está actuando rápida y enérgicamente para romper este ciclo destructivo, restaurar la confianza y reanudar los préstamos.
Lo haremos de varias maneras. En primer lugar, crearemos un nuevo fondo de préstamos que representa el mayor esfuerzo jamás creado a fin de ayudar a proporcionar financiamiento para vehículos, estudios universitarios, préstamos a pequeñas empresas para los consumidores y empresarios que hacen que esta economía funcione.
En segundo lugar, he propuesto un plan de vivienda que ayudará a las familias responsables pero en peligro de una ejecución hipotecaria a reducir sus pagos mensuales y refinanciar sus préstamos hipotecarios. Es un plan que no ayudará a especuladores ni a ese vecino en su misma cuadra que compró una casa totalmente fuera de su alcance, pero sí ayudará a millones de estadounidenses que están teniendo dificultades debido a la devaluación inmobiliaria... estadounidenses que ahora podrán aprovechar tasas de interés más bajas que este plan ya ha ayudado a establecer.
De hecho, la familia promedio que refinancie hoy puede ahorrar casi $2000 al año en su hipoteca. En tercer lugar, actuaremos con toda la fuerza del gobierno federal para asegurar que los principales bancos de los que dependen los estadounidenses tengan suficiente confianza y suficiente dinero para otorgar préstamos incluso en tiempos más difíciles. Y cuando nos enteremos de que uno de los principales bancos tiene serios problemas, les pediremos cuentas a los responsables, los obligaremos a hacer los ajustes necesarios, les proporcionaremos apoyo para sanear sus balances contables y aseguraremos la continuidad de una institución sólida y viable que pueda beneficiar a nuestra gente y a nuestra economía.
Comprendo bien que Wall Street preferiría un enfoque que les diera a los bancos dinero para rescatarlos sin imponerles condiciones, sin pedirle a nadie que rinda cuentas por sus irresponsables decisiones. Pero un enfoque así no resolvería el problema. Y nuestro objetivo es hacer que pronto llegue el día en que volvamos a otorgar préstamos al pueblo estadounidense y a las empresas estadounidenses, lo cual acabará con esta crisis de una vez por todas.
Tengo la intención de pedirles a estos bancos que rindan cuentas de toda la ayuda que reciban, y esta vez, deberán demostrar claramente cómo se usan los dólares de los contribuyentes a fin de generar más préstamos para el contribuyente estadounidense. Esta vez, los directores generales no podrán usar el dinero de los contribuyentes para engrosar sus talones de pago ni comprar costosas cortinas o desaparecer en un avión privado. Eso no volverá a suceder.
Sin embargo, este plan requerirá recursos significativos del gobierno federal, y sí, probablemente más de lo que ya hemos destinado para esto. Pero aunque el costo va a ser alto, les puedo asegurar que el costo de la inacción sería mucho mayor, porque podría tener como consecuencia una economía débil no sólo por meses o años, sino tal vez por una década. Eso sería peor que nuestro déficit, peor para las empresas, peor para el pueblo y peor para la siguiente generación. Y me resisto a permitir que eso pase.
Y comprendo que cuando el gobierno pasado le pidió ayuda al Congreso para que proporcionara ayuda a los bancos en dificultades, tanto los demócratas como los republicanos estaban furiosos por el mal manejo y lo que ocurrió a continuación. Los contribuyentes estadounidenses sintieron lo mismo. Y yo también.
Así que sé lo poco popular que es ayudar a los bancos en este momento, especialmente porque sus malas decisiones causaron, en parte, que todos los estadounidenses se vieran afectados. Les aseguro que lo entiendo.
Pero también sé que en épocas de crisis, no podemos darnos el lujo de gobernar con ira o hacer concesiones a la politiquería del momento. Mi trabajo, nuestro trabajo, es resolver el problema. Nuestro trabajo es gobernar con sentido de responsabilidad. No voy a gastar ni un centavo con el objetivo de recompensar a ejecutivos de Wall Street, pero haré todo lo que sea necesario para ayudar a la pequeña empresa que no puede pagar a sus trabajadores o a la familia que ha ahorrado, pero que todavía no puede conseguir un préstamo hipotecario.
De eso se trata. No se trata de ayudar a los bancos; se trata de ayudar a la gente. Cuando haya crédito disponible nuevamente, las familias jóvenes finalmente podrán comprar una nueva vivienda. Y luego alguna compañía contratará empleados para construirla. Y luego esos trabajadores tendrán dinero para gastar, y si también pueden conseguir un préstamo, tal vez, finalmente, se podrán comprar un auto o abrir su propio negocio. Los inversionistas volverán al mercado y las familias estadounidenses verán que ya tienen fondos suficientes para la jubilación. Y poco a poco, la confianza retornará, y nuestra economía se recuperará.
Así que le pedí a este Congreso que me apoyara para hacer todo lo que fuera necesario. Porque no podemos abandonar a nuestra nación a un destino de recesión continua. Y para asegurar que una crisis de esta magnitud no vuelva a suceder, le he pedido al Congreso que apruebe rápidamente una ley que finalmente reforme nuestro obsoleto sistema regulatorio. Es hora de poner en vigor normas nuevas, estrictas y razonables para que nuestro mercado financiero recompense el dinamismo y la innovación, y que sancione los atajos y los abusos.
El plan para la recuperación y el plan para la estabilidad financiera son los pasos inmediatos que estamos dando para reactivar nuestra economía a corto plazo. Pero la única manera de restaurar plenamente la solidez económica de Estados Unidos es hacer las inversiones a largo plazo que generarán nuevos empleos, estimularán nuevas industrias y promoverán un renovado ímpetu para competir con el resto del mundo. La única manera de que este siglo sea otro siglo de liderazgo para Estados Unidos es que finalmente le hagamos frente al precio que pagamos por nuestra dependencia de petróleo y al alto costo de los cuidados de salud; al hecho de que las escuelas no estén preparando a nuestros hijos y la montaña de deuda que van a heredar. Ésa es nuestra responsabilidad.
En los próximos días, presentaré un presupuesto ante el Congreso. Con demasiada frecuencia, hemos visto estos documentos como simples números en un papel o una lista detallada de programas. Veo este documento de forma diferente. Lo veo como una visión para Estados Unidos: un plan de acción para nuestro futuro. Mi presupuesto no trata de resolver todo problema ni abordar cada tema. Refleja la dura realidad que hemos heredado: un déficit de un billón de dólares, una crisis financiera y una recesión costosa.
Dada la situación, todos en este recinto -demócratas y republicanos- tendrán que sacrificar algunas prioridades loables para las cuales no hay dinero. Y también me incluyo.
Pero eso no significa que podemos darnos el lujo de ignorar nuestros desafíos a largo plazo. Rechazo el punto de vista que dice que nuestros problemas simplemente se resolverán por sí solos, que el gobierno no tiene función alguna en sentar las bases de nuestra prosperidad común.
Porque la historia dice lo contrario. La historia nos recuerda que en toda ocasión de conmoción y trasformación económica, esta nación ha respondido con medidas audaces y grandes ideas. En plena guerra civil, instalamos vías férreas de costa a costa, las cuales fomentaron el comercio y la industria. De la agitación de la Revolución Industrial salió un sistema de escuelas secundarias públicas que preparó a nuestros ciudadanos para una nueva era. Tras la guerra y depresión, el GI Bill [ley para la educación de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial] envió a una generación a la universidad y creó la clase media más numerosa de la historia. Y una lucha difusa por la libertad tuvo como resultado un país de carreteras, un estadounidense en la luna y una explosión de tecnología que sigue transformando a nuestro planeta.
En ninguno de los casos el gobierno sustituyó a la empresa privada; fue un catalizador de la empresa privada. Creó las condiciones para que miles de empresarios y nuevas empresas se adaptaran y prosperaran.
Somos una nación que siempre ha visto oportunidades en medio del peligro y ha logrado sacar provecho y salir airosa de experiencias terribles. Ahora debemos volver a ser esa nación. Es por eso que el presupuesto que estoy presentando, incluso al recortar programas que no necesitamos, invertirá en tres sectores que son absolutamente cruciales para nuestro futuro económico: energía, cuidados de salud y educación.
Comienza con la energía.
Sabemos que el país que aproveche el poder de la energía renovable y no contaminante será el líder del siglo XXI. Sin embargo, es la China la que ha lanzado el mayor esfuerzo en la historia para hacer que su economía sea eficiente en términos energéticos. Nosotros inventamos la tecnología solar, pero estamos rezagados en su producción con respecto a países como Alemania y el Japón. Nuevos vehículos eléctricos híbridos salen de nuestras cadenas de montaje, pero operarán con baterías hechas en Corea. Pues, no acepto un futuro en el que los empleos y las industrias del futuro se originen al otro lado de nuestras fronteras, y sé que ustedes tampoco. Es hora de que Estados Unidos vuelva a ser líder.
Gracias a nuestro plan para la recuperación, aumentaremos al doble el suministro de energía renovable de esta nación en los próximos tres años. También hemos hecho la mayor inversión en fondos para la investigación de base en la historia de Estados Unidos, una inversión que propiciará no sólo nuevos descubrimientos en el sector de energía, sino avances en la medicina, ciencias y tecnología.
Pronto tenderemos miles de millas de cables eléctricos que podrán llevar nueva energía a ciudades y pueblos en todo el país. Y pondremos a los estadounidenses a trabajar haciendo más eficientes nuestros edificios y casas para que podamos ahorrar miles de millones de dólares en nuestras cuentas de energía.
Pero para transformar realmente nuestra economía, para resguardar nuestra seguridad y salvar a nuestro planeta de los estragos del cambio climático, es necesario que a fin de cuentas hagamos de la energía renovable y no contaminante el tipo lucrativo de energía. Por lo tanto, le pido a este Congreso que me remita legislación que imponga un límite basado en el mercado para la contaminación derivada del carbono y que impulse la producción de más energía renovable en Estados Unidos. Y a fin de apoyar esa innovación, invertiremos 15,000 millones de dólares al año para desarrollar tecnología como la energía eólica y la energía solar; biocombustibles avanzados, carbón no contaminante y más autos y camiones de consumo eficiente de combustible, construidos aquí mismo en Estados Unidos.
En cuanto a nuestro sector automovilístico, todos reconocen que años de malas decisiones y una recesión mundial han llevado a nuestros fabricantes de autos al borde del abismo. No debemos protegerlos de sus propias prácticas malas, ni lo haremos. Pero nos hemos comprometido con el objetivo de un sector automotor reequipado y reinventado que pueda competir y ganar. Millones de empleos dependen de ello. Muchísimas comunidades dependen de ello. Y creo que la nación que inventó el automóvil no puede abandonarlo.
Nada de esto sucederá sin un precio ni será fácil. Pero éste es Estados Unidos. No hacemos lo que es fácil. Hacemos lo que es necesario para hacer que este país avance.
Por esa misma razón, debemos también abordar el agobiante costo del cuidado de salud.
Se trata de un costo que ahora causa una bancarrota en Estados Unidos cada treinta segundos. Para fines de año, podría causar que 1.5 millones de estadounidenses pierdan su casa. En los últimos ocho años, las primas han aumentado cuatro veces más que los salarios. Y en cada uno de esos ocho años, un millón adicional de estadounidenses perdió su seguro médico. Es una de las principales razones por las que las pequeñas empresas cierran sus puertas y las corporaciones mandan empleos al extranjero. Y es uno de los rubros más costosos y de más rápido crecimiento en nuestro presupuesto.
Dado todo esto, ya no podemos darnos el lujo de posponer la reforma del cuidado de salud.
En tan sólo los últimos treinta días, hemos hecho más que en la última década por hacer que avance la causa de la reforma del cuidado de salud. A pocos días del inicio de sesiones, este Congreso aprobó una ley para otorgar y proteger el seguro médico de once millones de niños estadounidenses cuyos padres trabajan a tiempo completo. Nuestro plan para la recuperación invertirá en historias médicas electrónicas y nueva tecnología que disminuirá errores, reducirá los costos, asegurará la confidencialidad y salvará vidas. Lanzará un nuevo esfuerzo por buscar la cura del cáncer, una enfermedad que ha afectado la vida de casi todos los estadounidenses en nuestros tiempos. Y hace la mayor inversión en cuidado preventivo en la historia, porque ésa es una de las mejores maneras de mantener a nuestro pueblo sano y nuestros costos bajo control.
Este presupuesto lleva estas reformas un paso adelante. Incluye un histórico compromiso con la reforma integral del cuidado de salud; una cuota inicial siguiendo el principio de que debemos tener cuidado de salud económico y de calidad para todo estadounidense. Es un compromiso que se paga en parte por medidas eficientes que esperamos desde hace tiempo. Y es un paso que debemos dar si esperamos reducir nuestro déficit en los próximos años.
Ahora, habrá muchas opiniones e ideas diferentes sobre cómo lograr la reforma, y es por eso que estoy congregando a personas de negocios y trabajadores, médicos y proveedores de salud, demócratas y republicanos, para que comiencen a trabajar la próxima semana en este asunto.
No soy un iluso. Sé que no será un proceso fácil. Será difícil. Pero también sé que casi un siglo después de que Teddy Roosevelt propusiera las primeras reformas, el costo de nuestro cuidado de salud ha agobiado nuestra economía y la conciencia de nuestra nación durante demasiado tiempo. Entonces, que no quepa duda alguna: la reforma del cuidado de salud no puede esperar, no debe esperar, ni esperará un año más.
El tercer desafío que debemos abordar es la urgente necesidad de extender la promesa de la educación en Estados Unidos.
En una economía mundial en la que la destreza más valiosa que se puede vender son los conocimientos propios, una buena educación ya no es simplemente una forma de acceder a las oportunidades; es un prerrequisito.
En este momento, dos tercios de las ocupaciones de más rápido crecimiento requieren más que un diploma de secundaria. Sin embargo, poco más de la mitad de nuestros ciudadanos tiene ese nivel de educación. Entre los países industrializados, tenemos una de las más altas tasas de estudiantes que no terminan la escuela secundaria. Y la mitad de los estudiantes que comienzan sus estudios universitarios no los terminan.
Ésta es una receta para el declive económico, porque sabemos que los países que enseñan mejor que nosotros hoy en día nos superarán el día de mañana. Es por eso que será un objetivo de este gobierno asegurar que todo niño tenga acceso a una educación completa y competitiva, desde el día que nazca hasta el día que inicie una carrera.
Ya hemos hecho una inversión histórica en la educación por medio del plan para la recuperación económica. Hemos ampliado considerablemente la educación inicial y continuaremos mejorando su calidad, porque sabemos que el aprendizaje más formativo tiene lugar en esos primeros años de vida. Hemos puesto los estudios universitarios al alcance de casi siete millones de estudiantes adicionales.
Y hemos proporcionado los recursos necesarios para evitar dolorosos recortes y despidos de maestros que detendrían el progreso de nuestros niños.
Pero sabemos que nuestras escuelas no sólo necesitan más recursos. Necesitan más reformas. Es por eso que este presupuesto crea nuevos incentivos para el desempeño de los maestros; vías para ascender y recompensas para el éxito. Invertiremos en programas innovadores que ya están ayudando a las escuelas a cumplir con altos estándares y disminuir las diferencias en el rendimiento. Y aumentaremos nuestro compromiso con las escuelas públicas independientes (charter schools).
Es nuestra responsabilidad como legisladores y educadores hacer que este sistema funcione. Pero es la responsabilidad de cada ciudadano participar en él. Y entonces, esta noche, le pido a todo estadounidense que se comprometa por lo menos a un año o más de educación superior o capacitación laboral. Esto puede ser en una institución comunitaria de enseñanza superior o una universidad de cuatro años; capacitación vocacional o pasantía. Pero independientemente de la capacitación, todo estadounidense deberá contar con algo más que el diploma de la secundaria. Y abandonar la escuela secundaria ya no es una opción. No es solamente darse por vencido, es fallarle al país, y este país necesita y valora el talento de todo estadounidense. Es por eso que proporcionaremos la ayuda necesaria para que concluyan sus estudios universitarios y logren un nuevo objetivo: para el 2020, Estados Unidos volverá a tener la más alta tasa mundial de personas con grado universitario.
Sé que el precio de las matrículas es más alto que nunca, por lo que si están dispuestos a ofrecerse de voluntarios en sus vecindarios y hacer aportes a su comunidad o ponerse al servicio de su país, nos aseguraremos de que pueda pagar una educación universitaria. Y para alentar un espíritu renovado de servicio nacional para esta generación y las futuras, le pido a este Congreso que me remita la legislación respaldada por ambos partidos que tiene el nombre del senador Orrin Hatch, como también el de un estadounidense que nunca ha dejado de preguntar qué puede hacer por su país: el senador Edward Kennedy.
Esta política educativa les abrirá las puertas a nuestros hijos. Pero depende de nosotros el asegurarnos de que pasen por ellas. A fin de cuentas, no existe programa ni política que pueda sustituir a una madre o un padre que vaya a las reuniones con los maestros o que ayude con los deberes después de la cena o que apague el televisor, guarde los videojuegos y le lea a sus hijos. Les hablo no sólo como Presidente, sino como padre cuando les digo que la responsabilidad por la educación de nuestros hijos debe comenzar en casa.
Tenemos, por supuesto, otra responsabilidad con nuestros hijos. Y ésa es la responsabilidad de asegurarnos de que no hereden una deuda que no puedan pagar. Con el déficit que nosotros heredamos, el costo de la crisis que enfrentamos y los desafíos a largo plazo que debemos afrontar, nunca ha sido más importante asegurar que a medida que nuestra economía se recupere, hagamos lo necesario para reducir este déficit.
Es un orgullo para mí que aprobáramos el plan para la recuperación sin asignaciones para proyectos particulares (earmarks), y deseo que se apruebe un presupuesto el próximo año que asegure que cada dólar gastado refleje sólo nuestras más importantes prioridades nacionales. Ayer tuve una cumbre fiscal en la que prometí reducir el déficit a la mitad para fines de mi primer periodo como Presidente. Mi gobierno también comenzó a analizar el presupuesto federal rubro por rubro para eliminar los programas ineficientes y que desperdician dinero. Como se pueden imaginar, éste es un proceso que tomará tiempo. Pero estamos comenzando con las partidas más grandes. Ya hemos identificado ahorros por dos billones de dólares en la próxima década.
En este presupuesto, acabaremos con programas educativos que no funcionan y con pagos directos a agroempresas grandes que no los necesitan. Eliminaremos los contratos otorgados sin licitación que han malgastado miles de millones en Irak, y reformaremos nuestro presupuesto de defensa para que no paguemos por armamento de la época de la Guerra Fría que no usamos. Eliminaremos el despilfarro, fraude y abuso en nuestro programa de Medicare que no mejore la salud de las personas mayores, y devolveremos un sentido de equidad y equilibrio a nuestro código tributario acabando por fin con los recortes tributarios a corporaciones que envían nuestros empleos al extranjero.
Para rescatar a nuestros niños de un futuro con endeudamiento, también acabaremos con los recortes tributarios del 2% más acaudalado entre los estadounidenses. Pero permítanme ser perfectamente claro, porque sé que escucharán las mismas afirmaciones de siempre que dicen que acabar con esos recortes significa un aumento masivo en los impuestos del pueblo estadounidense: si su familia gana menos de $250,000 al año, sus impuestos no aumentarán ni diez centavos. Les repito: ni diez centavos. De hecho, el plan para la recuperación otorga un recorte tributario -correcto, un recorte tributario- para 95% de las familias trabajadoras. Y esos cheques están en camino. A fin de mantener nuestro bienestar fiscal a largo plazo, también debemos abordar los costos en aumento de Medicare y el Seguro Social. La reforma integral del cuidado de salud es la mejor manera de afianzar el Medicare para el futuro. Y también debemos dar inicio a la conversación sobre maneras de hacer lo mismo con el Seguro Social y a la vez, crear cuentas de ahorro universales y libres de impuestos para todos los estadounidenses.
Finalmente, ya que también padecemos de una falta de confianza, me he comprometido a restaurar un sentido de honradez y responsabilidad en nuestro presupuesto. Es por eso que este presupuesto mira diez años hacia el futuro y da cuenta de gastos que se omitían conforme a las viejas normas, y por primera vez, eso incluye el costo total de luchar en Irak y Afganistán. Durante siete años, la nuestra ha sido una nación en guerra. Dejaremos de esconder su precio.
Estamos examinando detenidamente nuestra política en ambas guerras, y pronto anunciaré un camino a seguir en Irak que deje a Irak en manos de su pueblo y acabe con esta guerra de forma responsable.
Y con nuestros amigos y aliados, dictaremos una nueva estrategia integral para Afganistán y Pakistán a fin de vencer a Al Qaida y combatir el extremismo. Porque no permitiré que los terroristas confabulen contra el pueblo estadounidense desde refugios al otro lado del mundo. Mientras nos reunimos esta noche, nuestros hombres y mujeres de uniforme hacen guardia en el extranjero y otros más se alistan para su movilización. A todos y cada uno de ellos, y a las familias que sobrellevan la carga silenciosa de su ausencia, los estadounidenses se unen para enviarles un mensaje: respetamos su servicio, nos inspiran sus sacrificios, y cuentan con nuestro apoyo inquebrantable.
Para aliviar la carga de nuestras fuerzas armadas, mi presupuesto aumenta el número de soldados e infantes de Marina. Y a fin de cumplir con nuestras sagradas obligaciones para con quienes están en el servicio, aumentaremos su paga y les otorgaremos a nuestros veteranos la expansión del cuidado de salud y los beneficios que se merecen.
Para derrotar al extremismo, debemos también estar alerta y respaldar los valores que nuestras tropas defienden, porque no existe fuerza más poderosa en el mundo que el ejemplo de Estados Unidos. Es por eso que he ordenado que se cierre el centro de detención de la Bahía de Guantánamo, y procuraremos que se lleve ante la justicia, de forma rápida y segura, a los terroristas capturados, porque vivir conforme a nuestros valores no nos hace más débiles; nos da mayor seguridad y nos da mayor fuerza. Y es por eso que puedo pararme aquí esta noche y decir, sin excepciones ni evasivas, que Estados Unidos no tortura.
En nuestras palabras y acciones, estamos mostrándole al mundo que se ha iniciado una nueva era de participación, pues sabemos que Estados Unidos no puede hacerle frente solo a las amenazas de este siglo, pero el mundo no puede afrontarlas sin Estados Unidos. No podemos eludir la mesa de negociación ni ignorar a los enemigos o las fuerzas que podrían causarnos daño. En vez, se nos llama a proseguir con el sentido de confianza y franqueza que exige la seriedad de los tiempos.
Para procurar el progreso hacia una paz segura y perdurable entre Israel y sus vecinos, hemos designado a un enviado para apoyar nuestros esfuerzos. Para hacerle frente a los desafíos del siglo XXI -desde el terrorismo hasta la proliferación nuclear; desde las enfermedades pandémicas hasta las amenazas cibernéticas y la pobreza agobiante- afianzaremos viejas alianzas, forjaremos nuevas y usaremos todos los elementos de nuestro poder nacional.
Y para responder a una crisis económica que es mundial en su alcance, estamos colaborando con los países del G-20 a fin de restaurar la confianza en nuestro sistema financiero, evitar la posibilidad de un aumento en el proteccionismo y estimular la demanda de productos estadounidenses en mercados de todo el mundo; porque el mundo depende de que tengamos una economía sólida, así como nuestra economía depende de la solidez de la internacional. Ahora que nos encontramos en un momento decisivo de la historia, los ojos de todas las personas en todas las naciones se posan en nosotros una vez más, y nos observan para ver qué hacemos en este momento; aguardan nuestra dirección.
Los que estamos aquí reunidos esta noche hemos sido escogidos para gobernar en tiempos extraordinarios. Es una gran carga, pero también un gran privilegio que se ha confiado a pocas generaciones de estadounidenses; porque en nuestras manos recae la capacidad de influir en nuestro mundo para bien o para mal.
Sé que es fácil perder de vista este hecho, caer en el cinismo y en la duda, dejarnos consumir por lo mezquino y lo trivial.
Pero en mi vida, también he aprendido que la esperanza se encuentra en lugares poco probables; que la inspiración proviene no de quienes son más poderosos o célebres, sino de los sueños y las aspiraciones de los estadounidenses que no tienen nada de comunes y corrientes.
Pienso en Leonard Abess, el presidente de un banco en Miami quien, según se reportó, vendió su parte de su compañía, recibió una bonificación de $60 millones y se la dio a todas las 399 personas que trabajaron para él y a otras 72 que solían hacerlo. No se lo dijo a nadie, pero cuando un diario local lo averiguó, simplemente dijo, ''Conozco a algunas de esas personas desde que tengo 7 años. No me pareció correcto que sólo yo recibiera el dinero".
Pienso en Greensburg, Kansas, un pueblo que fue destruido totalmente por un tornado, pero que está siendo reconstruido por sus residentes, en un ejemplo global de cómo toda una comunidad puede funcionar con energía no contaminante, cómo ésta puede llevar empleos y actividad comercial a un lugar donde alguna vez yacían rumas de ladrillos y escombros. "La tragedia fue terrible", dijo uno de los hombres que ayudó en la reconstrucción. "Pero la gente de acá sabe que también les brindó una oportunidad increíble".
Y pienso en Ty'Sheoma Bethea, la niñita de esa escuela que visité en Dillon, Carolina del Sur, un lugar donde los techos gotean, la pintura se pela de las paredes y tienen que dejar de enseñar seis veces al día porque el tren pasa a toda velocidad cerca de su aula. Le dijeron que su escuela no tiene esperanza, pero el otro día después de clases fue a la biblioteca pública y les escribió una carta a las personas sentadas en este recinto. Incluso le pidió dinero a su director para comprar una estampilla. La carta nos pide ayuda y dice, "Somos simplemente estudiantes tratando de ser abogados, médicos, congresistas como ustedes y algún día, presidentes, para que podamos producir un cambio no sólo en el estado de Carolina del Sur sino también en el mundo. No somos de los que se dan por vencidos".
No somos de los que se dan por vencidos.
Estas palabras y estos casos nos dicen algo sobre el espíritu de las personas que nos trajeron aquí. Nos dicen que incluso en los momentos más duros, en medio de las circunstancias más difíciles, existe una generosidad, una adaptabilidad, una decencia y una determinación que perseveran; una voluntad de asumir responsabilidad por nuestro futuro y por la posteridad.
Su determinación debe ser nuestra inspiración. Sus inquietudes deben ser nuestra causa. Y debemos mostrarles a ellos y a todo nuestro pueblo que estamos a la altura de la tarea ante nosotros.
Sé que hasta ahora no hemos estado de acuerdo en todo, y no hay duda de que en el futuro habrá ocasiones en las que discreparemos. Pero también sé que todo estadounidense sentado aquí esta noche ama a este país y quiere que tenga éxito. Ése debe ser el punto de partida para cada debate que tengamos en los próximos meses y el punto de retorno cuando concluyan dichos debates. Ésa es la base sobre la cual el pueblo estadounidense espera que encontremos terreno común.
Y si lo hacemos, si nos unimos y sacamos a este país de la profundidad de esta crisis; si hacemos que nuestra gente vuelva a trabajar y volvemos a poner en marcha el motor de nuestra prosperidad; si enfrentamos los desafíos de nuestros tiempos y hacemos un llamado a ese espíritu perdurable de un estadounidense que no se da por vencido, entonces algún día, dentro de muchos años, nuestros hijos podrán decirles a sus hijos que éste fue el momento en que hicimos, en palabras que están talladas en este recinto, "algo digno de ser recordado". Gracias, que Dios los bendiga y que Dios bendiga a Estados Unidos de América.
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