19 enero 2009

UN DISCURSO PARA LA HISTORIA

ANÁLISIS
Un discurso para la historia
20.01.09 -
DAVID MATHIESON
Imagen de una pintura expuesta estos días en una galería de Washington. / AFP

Como Lincoln, Obama es un maestro de la retórica que abandera la unión del país Roosevelt y Kennedy aprovecharon sus alocuciones para abrir una nueva era .
Sólo les ha tocado a 43 individuos decir las pocas palabras que les han convertido en algunas de las personas más influyentes de la historia moderna: «Juro solemnemente que desempeñaré fielmente el cargo de presidente de Estados Unidos, y haré todo lo que esté en mi mano para preservar, proteger y defender la Constitución». Para un encargo de tal envergadura la descripción del puesto es muy corta, así que la mayoría de los presidentes ha querido precisar sus intenciones una vez instalados en la Casa Blanca.
Igual que ocurre con un gran número de líderes estadounidenses, muchos de los discursos de inauguración son poco memorables. A menudo piden la protección de Dios para el pueblo distinguido, pero ahora ¿quién recuerda (y a quién le importa) lo que dijo Millard Fillmore, el decimotercer presidente en el día de su toma de posesión?

Sin embargo, otros presidentes sí han sabido aprovecharse del momento para marcar un tono nuevo o proponer una política nueva. Sus palabras han quedado grabadas en la memoria colectiva del pueblo estadounidense, aunque éste ya no siempre se acuerde de quién fue el autor de las mismas. Cuando Barack Obama jure su cargo hoy, lo hará sobre la Biblia de Abraham Lincoln, un gran presidente que también sabía bien cómo emplear las palabras para inspirar y conmover.

Elegido por segunda vez cuando la sangrienta Guerra Civil que abolió la esclavitud estaba a punto de terminar, Lincoln intentó cerrar las heridas realizando un llamamiento a la concordia entre los vencidos del Sur y los vencedores del Norte «con malicia hacia ninguno, con caridad para todos para lograr y apreciar una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones». Un mes más tarde yacía muerto, asesinado por quienes no entendían nada más que el odio y la venganza. Pero para muchos estadounidenses, sus palabras de aquel día viven todavía. Como Lincoln, Obama es un político de Illinois, un maestro de la retórica que abandera un mensaje de reconciliación justo en el momento en que más lo necesita el país.
Cuando el primer presidente negro ponga su mano encima de la Biblia de Lincoln, el simbolismo de la unificación no se le escapará a nadie. Eso sí es, de verdad, una misión cumplida para EE UU.
Otro presidente que aprovechó su discurso inaugural para cambiar el ambiente del país fue Franklin Delano Roosevelt (FDR), elegido, como Obama, en plena crisis económica. La burbuja especulativa de los años 20 explotó dejando la economía estadounidense en ruina. FDR entendía que la economía depende tanto de la psicología como de las matemáticas. Había elaborado un plan de choque bastante detallado, pero tenía algo incluso más importante que aportar: una autoconfianza aparentemente sin límite que supo transmitir a través de un mensaje esperanzador desde los primeros momentos de su toma de posesión. Después de unas frases anodinas, Roosevelt dirigió una alocución fuerte y conmovedora a un pueblo desesperado: «Esta nación va a salir adelante como lo ha hecho hasta ahora; va a volver a revivir, va a tener éxito... (Tengo) la firme convicción de que de lo único de lo que debemos sentir temor es del temor mismo, del miedo anónimo irracional y sin sentido que paraliza todos los esfuerzos que son necesarios para convertir el retroceso en una marcha hacia adelante». Hoy, Obama va a buscar las palabras adecuadas para transmitir un mensaje semejante que saque a EE UU de la crisis en la que están sumidos.

Cuando llegó a la presidencia, FDR era un político de mediana edad que sufría de una discapacidad importante -no podía caminar ni 20 metros sin ayuda-. Por contraste, Obama tiene sólo 47 años, de ahí que se le compare con mayor frecuencia con John Kennedy. En su inauguración como jefe de Estado, Kennedy utilizó la ocasión para imprimir un tono nuevo que sólo podía efectuar un presidente cuarentón. Lanzó un mensaje al mundo, y en concreto, al anciano liderazgo soviético para recordarles «que sepan de aquí que la antorcha ha pasado a manos de una nueva generación de norteamericanos... y que sepa toda nación, quiéranos bien o quiéranos mal, que por la supervivencia y el triunfo de la libertad hemos de pagar cualquier precio, sobrellevar cualquier carga, sufrir cualquier penalidad, y acudir en apoyo de cualquier amigo y oponernos a cualquier enemigo». Para sus compatriotas tenía un mensaje igual de sencillo, el ya muy famoso «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que puedes hacer por tu país».

Los mejores discursos de inauguración, sean los de Lincoln, FDR o Kennedy, tienen algo más en común: son cortos. Como regla general, los mejores discursos políticos resultan breves, una condición que en el caso de las tomas de posesión en EE UU cuenta con una razón añadida: la ceremonia tiene lugar fuera del Capitolio y en el mes de enero suele hacer un frío horroroso en Washington. Baste el ejemplo de lo que le sucedió a William Henry Harrison, el noveno presidente, que pronunció un discurso de dos horas sin abrigo ni sombrero en un día gélido y lluvioso. Como consecuencia, cuentan que cogió tal resfriado que murió 30 días más tarde, la presidencia más breve de Estados Unidos. Al final, si Obama sabe evitar el frío y combinar la sabiduría de Lincoln, el optimismo de Roosvelt y la frescura de Kennedy, hoy protagonizará un discurso memorable que quedará para la historia.

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