Clinton resiste e intenta conectar con el electorado de forma más emotiva
ANTONIO CAÑO - Dallas - 23/02/2008
Son ya 19 los debates que ambos han mantenido, más de 40 horas de discusión ante las pantallas de televisión ante todo tipo de moderadores y de público, con las preguntas más sanguinarias y las más estúpidas. Han pasado revista a todo, desde las más remotas crisis internacionales a los más minuciosos detalles de su vida personal. Ha sido el gran espectáculo político del año, y lo único que puede lamentarse de él es que se acabe. El próximo encuentro, que se celebrará el martes en Cleveland (Ohio), será probablemente el último entre Hillary Clinton y Barack Obama.
El debate que tuvo lugar el jueves por la noche en la Universidad de Tejas, en Austin, no sirvió para señalar a un claro favorito, pero dio una pauta sobre el estado de la situación: Obama dominó, Clinton se resistió a perder. Obama tuvo el control durante la mayor parte de la discusión, en ocasiones de forma contundente, con gran autoridad. Consiguió su mejor actuación de toda la temporada. Se le vio más seguro de sí mismo que nunca, más sólido al hablar de política internacional y más convincente en su papel de presidente y comandante en jefe.
Clinton ya no pudo marcar diferencias en ese terreno de la experiencia y la solvencia personal. Tampoco funcionaron sus intentos de sembrar dudas sobre las dotes de Obama como orador. Incluso recibió los únicos abucheos al aludir a ese asunto. Hubo que esperar a los últimos segundos del debate para escuchar a la Clinton que conecta con el público. En ese final, cuando probablemente ella se veía a sí misma como la perdedora del debate, tuvo el único gesto auténtico de la noche. "En fin", dijo, "pase lo que pase, nosotros vamos a estar bien. Tenemos familias fuertes que nos apoyan. Ojalá pudiera decir lo mismo del resto de los norteamericanos. Ése es el tema que está verdaderamente en juego en estas elecciones". Y dirigió una mirada cálida a Obama, que la correspondió con un sincero apretón de manos.
Ese momento, al que el público respondió con una ovación puesto en pie, podría ser tanto el de una afectuosa despedida de esta carrera como su regreso a ella. Los votantes de Ohio y Tejas tienen la palabra el próximo 4 de marzo. Si Clinton tiene aún posibilidades de ser candidata, ha de ser con actuaciones como ésa, no con el aire de arrogancia con el que ha conducido esta campaña.
El debate aportó pequeñas novedades. Se habló de Cuba, con pequeñas diferencias entre ambos. Tanto Clinton como Obama coincidieron en que EE UU debe aprovechar la oportunidad que ofrece la dimisión de Fidel Castro para favorecer la transición hacia la democracia. Clinton fue más enfática, no obstante, en las condiciones que Cuba debe de cumplir antes de procederse a la normalización de relaciones. Y Obama destacó más la necesidad de que EE UU relaje la presión con medidas como el levantamiento de restricciones en los viajes a la isla.
Ante un público con gran presencia de hispanos, ambos candidatos tuvieron que justificarse por haber votado en su día en el Senado a favor del muro que EE UU construye en la frontera con México. Lo hicieron como sólo el arte de la política permite: defendiendo su voto, criticando el muro y obteniendo aplausos por esa tremenda contradicción.
No mostraron diferencias apreciables sobre la incorporación del español a la enseñanza. Tampoco respecto al seguro médico o cualquier otro asunto sustancial. En realidad, la diferencia entre lo que ambos proponen no es muy apreciable. La diferencia radica en lo que cada uno quiere representar como presidente. Es más un problema de simbología, una función esencial de la presidencia de EE UU. Y en ese terreno, Obama puede hacer época.
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