Reclusas en una procesiòn de Corpus
REPORTAJE:
A través de un relato trenzado con fotografías del Archivo Regional de la Comunidad y otros familiares, más publicaciones de resistentes hechas detrás de las rejas, emerge repleto de dignidad un segmento social castigado con un maltrato histórico triple: el primero, aplicado por su mera pertenencia al género femenino; el segundo, asociado al que les fuera infligido por tratarse de mujeres ideológicamente progresistas, rojas o republicanas; y el tercero, que desemboca siempre en un olvido que desvanece su memoria.
Presas de Franco recorre el periplo de horror y humillación, paternalismo y coerción sufrido por miles de mujeres españolas a través de los vericuetos de un sistema penitenciario inhumano, que se adentró en el siglo XX con los presidios femeninos conocidos aún bajo el nombre de galeras: hacinadas, sin luz ni ventilación, con la costura como único horizonte, las mujeres españolas a las que se consideraba delincuentes llegaron a la modernidad sin ninguna de las ventajas que mitigaban ya entonces la vida de los penados varones: la abolición de los trabajos forzados y el establecimiento de las cárceles-modelo. Las galeras cumplían la función de "aislar y retener a las mujeres vagantes, ladronas, alcahuetas y semejantes".
Con el advenimiento de la República, relata la exposición, la figura de la abogada y penalista Victoria Kent, nombrada en abril de 1931 Directora General de Prisiones, inauguró centros como el de Ventas, donde transformó la vida interna suprimiendo la regencia de las monjas y sustituyéndola por un cuerpo de funcionarias profesionales. Desde allí irradiaría un modelo penitenciario que inauguraba los vis-à-vis entre reclusas y familiares -relaciones sexuales periódicas incluidas-; individualizaba las celdas; abría a las reclusas las terrazas al sol y abordaba diferencialmente el tratamiento de los delitos comunes y de los políticos.
"Pero la experiencia de Kent", cuenta Sergio Gálvez, comisario de la muestra junto con Fernando Hernández Holgado, "duró apenas meses, hasta abril de 1931". Su cargo sucumbió al entonces potente -y reaccionario- grupo de presión de los altos funcionarios del Cuerpo de Prisiones. Franco lo movilizó en 1936 a su favor para deshacer, uno a uno, los avances penitenciarios de la República e imponer un modelo represivo, que consideraba la rebeldía femenina ante toda aquella opresión como "El rencor de las feas", según el articulista falangista José Vicente Puente.
Las cárceles cayeron en una etapa de terror e infamia. Pero la resistencia nunca se apagó: Matilde Landa Vaz, pacense y comunista, encarcelada en Palma pese a estar condenada a muerte, estableció una oficina de penadas, desde la que asistía a las presas analfabetas. Tras sufrir acosos y castigos sin cuento para forzarle a transigir, le espetaron el dilema siguiente: "Si te bautizas, incrementaremos la dosis de leche en polvo para todos los hijos de las reclusas". Matilde se encaramó en una ventana y renunció a una vida imposible. Tenía 38 años.
La historia contada en esta exposición está escrita por mujeres: Nicolasa, Tomasa, Manolita, Josefina, Juana, Carmen... y miles más, anónimas, igualmente heroicas. Su recuerdo emite el eco digno de un sufrir inhumano, que ya desde ahora nadie podrá decir no haber escuchado.
REPORTAJE:
Homenaje a la mujer trabajadora
Un infierno de mujeres olvidadas
El Conde Duque muestra la vida en las prisiones femeninas de la posguerra
RAFAEL FRAGUAS - Madrid - 09/03/2009
Por primera vez en siete décadas cabe comprobar que miles de mujeres españolas fueron encarceladas por razones político-sociales durante la posguerra. Madrid fue uno de sus principales lugares de cautiverio, pero también Las Corts, en Barcelona, más Valencia, Palma de Mallorca o Saturrarán, en Guipúzcoa. Hasta ahora, su drama resultaba invisible a la mirada pública. Sencillamente, se ignoraba. Ni siquiera hay placa alguna que recuerde en Madrid, en la calle del marqués de Mondéjar, la existencia de la cárcel de mujeres de Ventas, de donde salieron hacia el paredón las llamadas Trece Rosas, republicanas, comunistas y socialistas, adolescentes incluidas. Pero su realidad la atestigua una exposición, ideada por la Fundación de Investigaciones Marxistas, que se exhibe hasta el 9 de abril en el Centro Municipal Conde Duque.
Un infierno de mujeres olvidadas
El Conde Duque muestra la vida en las prisiones femeninas de la posguerra
RAFAEL FRAGUAS - Madrid - 09/03/2009
Por primera vez en siete décadas cabe comprobar que miles de mujeres españolas fueron encarceladas por razones político-sociales durante la posguerra. Madrid fue uno de sus principales lugares de cautiverio, pero también Las Corts, en Barcelona, más Valencia, Palma de Mallorca o Saturrarán, en Guipúzcoa. Hasta ahora, su drama resultaba invisible a la mirada pública. Sencillamente, se ignoraba. Ni siquiera hay placa alguna que recuerde en Madrid, en la calle del marqués de Mondéjar, la existencia de la cárcel de mujeres de Ventas, de donde salieron hacia el paredón las llamadas Trece Rosas, republicanas, comunistas y socialistas, adolescentes incluidas. Pero su realidad la atestigua una exposición, ideada por la Fundación de Investigaciones Marxistas, que se exhibe hasta el 9 de abril en el Centro Municipal Conde Duque.
A través de un relato trenzado con fotografías del Archivo Regional de la Comunidad y otros familiares, más publicaciones de resistentes hechas detrás de las rejas, emerge repleto de dignidad un segmento social castigado con un maltrato histórico triple: el primero, aplicado por su mera pertenencia al género femenino; el segundo, asociado al que les fuera infligido por tratarse de mujeres ideológicamente progresistas, rojas o republicanas; y el tercero, que desemboca siempre en un olvido que desvanece su memoria.
Presas de Franco recorre el periplo de horror y humillación, paternalismo y coerción sufrido por miles de mujeres españolas a través de los vericuetos de un sistema penitenciario inhumano, que se adentró en el siglo XX con los presidios femeninos conocidos aún bajo el nombre de galeras: hacinadas, sin luz ni ventilación, con la costura como único horizonte, las mujeres españolas a las que se consideraba delincuentes llegaron a la modernidad sin ninguna de las ventajas que mitigaban ya entonces la vida de los penados varones: la abolición de los trabajos forzados y el establecimiento de las cárceles-modelo. Las galeras cumplían la función de "aislar y retener a las mujeres vagantes, ladronas, alcahuetas y semejantes".
Con el advenimiento de la República, relata la exposición, la figura de la abogada y penalista Victoria Kent, nombrada en abril de 1931 Directora General de Prisiones, inauguró centros como el de Ventas, donde transformó la vida interna suprimiendo la regencia de las monjas y sustituyéndola por un cuerpo de funcionarias profesionales. Desde allí irradiaría un modelo penitenciario que inauguraba los vis-à-vis entre reclusas y familiares -relaciones sexuales periódicas incluidas-; individualizaba las celdas; abría a las reclusas las terrazas al sol y abordaba diferencialmente el tratamiento de los delitos comunes y de los políticos.
"Pero la experiencia de Kent", cuenta Sergio Gálvez, comisario de la muestra junto con Fernando Hernández Holgado, "duró apenas meses, hasta abril de 1931". Su cargo sucumbió al entonces potente -y reaccionario- grupo de presión de los altos funcionarios del Cuerpo de Prisiones. Franco lo movilizó en 1936 a su favor para deshacer, uno a uno, los avances penitenciarios de la República e imponer un modelo represivo, que consideraba la rebeldía femenina ante toda aquella opresión como "El rencor de las feas", según el articulista falangista José Vicente Puente.
Las cárceles cayeron en una etapa de terror e infamia. Pero la resistencia nunca se apagó: Matilde Landa Vaz, pacense y comunista, encarcelada en Palma pese a estar condenada a muerte, estableció una oficina de penadas, desde la que asistía a las presas analfabetas. Tras sufrir acosos y castigos sin cuento para forzarle a transigir, le espetaron el dilema siguiente: "Si te bautizas, incrementaremos la dosis de leche en polvo para todos los hijos de las reclusas". Matilde se encaramó en una ventana y renunció a una vida imposible. Tenía 38 años.
La historia contada en esta exposición está escrita por mujeres: Nicolasa, Tomasa, Manolita, Josefina, Juana, Carmen... y miles más, anónimas, igualmente heroicas. Su recuerdo emite el eco digno de un sufrir inhumano, que ya desde ahora nadie podrá decir no haber escuchado.
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