30 agosto 2009

ASI TORTURABA LA CIA....

Un detenido vuelve a su celda en la base naval de Guantánamo Bay, en Cuba.- Foto: Andres Leighton / AP
Leon Panetta, director de la CIA, el día que fue elegido en el cargo.- Reuters

Los marines de Estados Unidos custodian a dos detenidos durante una intervención en el distrito iraquí de Abu Gharib.- AP
Dick Cheney, número 2 del Gobierno, tras el entonces presidente George Bush, en noviembre de 2007.- AFP


REPORTAJE: LA GUERRA SUCIA DE BUSH

Los métodos de interrogatorio en la era Bush han quedado al descubierto: simulacros de muerte, amenazas e intimidación psicológica. Ahora falta saber si alguien pagará por ello
DAVID ALANDETE 30/08/2009

El preso está desnudo. Sólo lleva una capucha. Se le retiene sentado, esposado de manos y pies. Lleva horas en la celda. Sin ver. Sin saber lo que pasa a su alrededor. El interrogador de la CIA entra, sigiloso, con una pistola. Abre el tambor y lo gira varias veces junto al oído del detenido, para que sepa que hay un arma de por medio. Le pide información. El preso sigue callado. El agente sale, y entra con un taladro eléctrico. Otros interrogadores han puesto al preso de pie, esta vez en medio de la celda. El interrogador enchufa el taladro y juega con él, acercándoselo al preso oído, advirtiéndole de que le puede taladrar una pierna. De lo mucho que duele.

A Sheikh Mohammed se le sometía a ahogamiento fingido 183 veces y se le llegaba a mantener despierto 180 horas
La CIA llegó a aconsejar, en diversos memorandos desclasificados, cómo se debía torturar bien para no correr riesgos
Cheney defiende lo realizado por la CIA bajo el argumento de que la información ayudó a salvar vidas
Al mismo tiempo, en los descansos, se le amenazaba con asesinar a sus hijos. "Los vamos a matar", le decían
Los agentes de la CIA pensaban que nunca se habían corrido tantos peligros. Intuían que podrían ir al banquillo
La desorientación es total. Las celdas están iluminadas las 24 horas del día. La temperatura ambiente, manipulada, para hacer que los presos pasen calor o frío. Se les desnuda. Se les encapucha. Se les ducha con agua fría. En las duchas, entran agentes que les friegan el cuerpo con los mismos cepillos que se usan para limpiar suelos. Se les obliga a arrodillarse y, una vez están de rodillas en el suelo, se les empuja para que caigan con todo su peso sobre su espalda. Se les enfunda en pañales. Se les ridiculiza y desorienta. Se les restriega por los suelos. Se les humilla. No son nadie. No tienen derechos. Nadie sabe que están allí, en un lugar secreto, por razones que no se les revelan. Y lo peor, el dolor físico, está por llegar.

Es sólo una pequeña muestra de cómo torturó la CIA. Lo ha revelado esta semana un informe elaborado por el Inspector General de la agencia en 2004, en el que se da detallada cuenta de una serie de métodos inhumanos para sacar información, desclasificado por un juzgado federal de Nueva York gracias a una demanda de la Asociación de Libertades Civiles de América y Amnistía Internacional.

El grupo de interrogadores de la agencia, aprendices en el arte de la tortura, llegó lejos. En el informe se detallan casos extremos. Un agente, por ejemplo, está interrogando al preso. De repente, en el pasillo, se oye un disparo. Gritos. Carreras. Insultos. "Le has matado". "¿Qué has hecho?". El interrogatorio acaba, bruscamente. El agente acompaña al preso, sin capucha y esposado, a su celda. Al salir de la sala de interrogatorios, el detenido ve el cuerpo de un hombre, vestido como un preso, encapuchado, en el suelo. Toda la escena, un teatro de la tortura, para hacerle creer que la CIA ha matado a un compañero de cautiverio.

Al preso se le coloca, también, en el centro de su celda. Se le quitan las esposas de las manos. En su lugar, se le ata ambas muñecas a la espalda, con un cinturón. Este cinturón se liga a una cuerda o una cadena, que va enganchada a una polea del techo. El interrogador tira de ella. El preso queda suspendido en el aire, retorciéndose de dolor. Hay que parar antes de que se le disloquen los brazos.
Uno de los métodos más efectivos para obtener información es el de la llamada técnica de los puntos de presión. Se colocan las dos manos sobre el cuello del detenido. Se busca la arteria carótida. Se aprieta con fuerza, mirando a los ojos al detenido, sin titubeos, intimidando. Se aguanta, se sigue apretando, hasta que el preso dé un cabezazo o parezca que vaya a desmayarse. Entonces se le sacude, hasta que se le reaviva. La técnica se puede repetir hasta tres veces.

Estas técnicas de maltrato se probaron, entre 2002 y 2003, sobre un grupo de presos retenidos en diversas cárceles secretas de la CIA, en lugares no revelados. Entre ellos se encontraban Khaled Sheikh Mohammed, supuesto autor ideológico de los ataques contra Washington y Nueva York de 2001; Abu Zubaydah, colaborador de Osama Bin Laden y organizador de la red de transporte de terroristas de Al Qaeda, y Abd al-Rahim al-Nashiri, al que se acusa de perpetrar el atentado contra el destructor USS Cole en Yemen en 2000. Los tres están detenidos en Guantánamo.
Muchas de estas técnicas de tortura se transmitieron del Ejército a la CIA. De hecho, en el informe se admite que un psicólogo del Departamento de Defensa creó un manual de uso interno titulado Reconocer y desarrollar medidas contra la resistencia de presos de Al Qaeda a las técnicas de interrogatorio. Al Ejército, el trato a los prisioneros se le fue completamente de las manos. De la interrogación se pasó a la tortura y, de ella, al sadismo. En la cárcel iraquí de Abu Ghraib, un grupo de soldados convirtió a los presos en sus juguetes, algo que inmortalizó en una serie de fotos de la vergüenza que fueron filtradas a la prensa en 2004. En ellas se ve a soldados sonrientes, atormentando a los detenidos con palos de hierro, armas de fuego y perros; a cadáveres cubiertos en hielo; a hombres desnudos, amontonados como si fueran sólo carne.
Obama tuvo la oportunidad de revelar nuevas fotos de abusos, y así prometió que lo haría al llegar al Gobierno. Pero al ver las fotos, ominosas, cambió de opinión. "La consecuencia más directa de publicar esas fotos sería, creo, enardecer aún más los sentimientos antiamericanos y poner a nuestras tropas en peligro", dijo el presidente en una conferencia de prensa en mayo.
El informe se confeccionó, según se explica en el mismo, porque "un grupo de oficiales de la agencia de diverso rango, implicados en actividades de detención e interrogatorio, está preocupado porque, en el futuro, temen verse expuestos a procesos legales en EE UU o el extranjero y que el gobierno de EE UU puede no respaldarlos. Aunque el actual sistema de detenciones e interrogatorios de la CIA ha sido sujeto a la revisión legal del Departamento de Justicia y a la aprobación de la Administración, diverge considerablemente de la política y las prácticas previas de la agencia". Los propios agentes pensaban que nunca jamás, en la historia de la CIA, se habían corrido tantos peligros. Intuían que podrían verse en el banquillo, como ahora les puede suceder, aunque fuera con el beneplácito de Bush.
Esos agentes creían "que la revelación pública del programa antiterrorista de la CIA es inevitable y dañará seriamente la reputación del personal de la CIA y la reputación y la efectividad de la Agencia en sí misma". Washington respondía que no. Que las técnicas eran legales. Recomendaba, eso sí, que el daño infligido a los terroristas no fuera severo, que el preso no estuviera en riesgo de perder su vida. En ese caso, la información seguiría fluyendo. Mientras, a Sheikh Mohammed se le sometía a ahogamiento fingido 183 veces y se le llegaba a mantener despierto 180 horas, una semana entera. En los descansos, se le amenazaba con matar a sus hijos, que estaban bajo la custodia de soldados estadounidenses y paquistaníes.

En aquella época, en la que los agentes de la CIA experimentaban con lo que se comenzaba a conocer como "técnicas especiales de interrogación", el entonces Presidente George W. Bush emitió un comunicado, en junio de 2003, condenando la tortura: "Estados Unidos declara su gran solidaridad con las víctimas de la tortura en el mundo. La tortura en cualquier lugar es una afrenta a la dignidad humana. Nos comprometemos a construir un mundo en el que los derechos humanos sean respetados y protegidos por el imperio de la ley". Excepto, parece ser, en las cárceles secretas de la CIA.

De hecho, según el informe en el que se han revelado, detalladamente, todos aquellos malos tratos, la Casa Blanca dio autorización expresa para cometerlos. Incluso llegó a aconsejar, en diversos memorandos desclasificados en abril, cómo se debía torturar bien, para no correr riesgos. "La Oficina del Inspector General [de la CIA, autora del informe] ha colaborado estrechamente con el Departamento de Justicia para determinar la legalidad de las técnicas especiales de interrogación", dice el informe.
Los temores de los agentes de la CIA estaban justificados. Sólo ha sido necesario que llegara una nueva Administración, que ha publicado los memorandos del Departamento de Justicia -el llamado manual de la tortura de la CIA- y ha revelado, entre otras cosas, la existencia del programa antiterrorista de la agencia y que dentro de él se contrató a mercenarios para matar a terroristas. Es más, ha descubierto con pavor que el anterior vicepresidente, Dick Cheney, le ordenó a la CIA mentir al Congreso y ocultar la existencia de operaciones de captura de terroristas.

A lo largo de los meses se han ido acumulando evidencias de que la CIA pudo haber quebrantado la ley. "El propio inspector general de la CIA documentó, con una perturbadora minuciosidad, el nivel de tortura cometido y hasta qué punto se violaron las leyes", opina Anthony Romero, director ejecutivo de la Asociación de Libertades Civiles de América, que interpuso la demanda gracias a la que se reveló dicho informe.

Justo el lunes, el comité de control ético del Departamento de Justicia finalizó una revisión de cinco años de duración sobre una docena de casos de supuesta tortura ya investigados por un grupo de abogados del estado de Virginia, por encargo de Bush, y que quedaron cerrados. Ese comité decidió que debían ser reabiertos y recomendaba al fiscal general encausar a los agentes que cometieron aquellas torturas.

El hombre que recibió esta recomendación, Eric Holder, fiscal del Estado, tenía dos opciones. La primera era cumplir la promesa que había hecho previamente, en sintonía con el presidente Obama. Dejar el pasado en paz, no hurgar en los errores de la CIA, y procurar que la historia no se repitiera. Al fin y al cabo, Obama prohibió la tortura por decreto nada más tomar posesión de su cargo. En abril, en un comunicado, el propio fiscal general había dicho: "Sería injusto encausar a aquellos hombres y mujeres abnegados, que trabajan para proteger a América, por un comportamiento que fue aprobado previamente por el Departamento de Justicia".
La segunda posibilidad era reabrir los casos, con lo que aquello implicaba: poder ver a agentes de la CIA en el banquillo. Obama le había dado carta blanca a Holder. Uno de los portavoces del presidente, Bill Burton, dijo que el asunto le atañía ahora, exclusivamente, al fiscal general. El pasado lunes, en una conferencia de prensa en Martha's Vineyard (Massachusetts), donde el presidente pasa sus vacaciones, Burton recalcó que "la decisión final de a quién se investigará y quién será encausado depende del fiscal general".
Eric Holder no tardó en decidir, con su proverbial independencia. Habría investigación. Oficialmente, los agentes pueden acabar en el banquillo. "Como resultado de mi análisis de todo ese material, he concluido que la información a mi alcance me permite abrir una revisión preliminar sobre si se violaron las leyes federales con el interrogatorio de ciertos detenidos en lugares del extranjero", dijo Holder en un comunicado. "Quiero destacar que ni la apertura de una revisión preliminar ni, si así lo permiten las pruebas, el comienzo de una investigación exhaustiva, significa que se presentarán cargos necesariamente".
El hecho de que Holder recalcara que aquello no significaba que fuera a haber acusaciones formales fue un intento patente de calmar a otro hombre de confianza de Obama al que le ha correspondido uno de los papeles más complicados en la nueva administración. Ese hombre es Leon Panetta, abogado de formación, profesor por vocación y veterano del Partido Demócrata. Desde el pasado mes de febrero es director de la CIA. Por distintas razones, ha acabado expresando en público lo mismo que defiende el anterior vicepresidente Cheney. Sobre todo, que sería injusto encausar a agentes de la CIA que en su día sólo actuaron con la aprobación de Washington y con el objetivo de evitarle a su país un nuevo atentado terrorista que causara miles de muertes.

En un correo electrónico filtrado por la CIA a la prensa, Panetta prometió el lunes no achicarse ante las investigaciones. "El uso de técnicas especiales de interrogación comenzó cuando nuestro país respondía a los horrores del 11 de septiembre y acabó en enero. Para la CIA, los desafíos del presente no son las batallas del pasado, sino las guerras de hoy y las de mañana. Como director en 2009, mi interés principal, en lo que se refiere a un programa que ya no existe, es estar del lado de aquellos agentes que hicieron lo que su país les pidió y siguieron el asesoramiento legal que se les facilitó". Además, apuntó al Departamento de Justicia: "La agencia buscó y obtuvo múltiples pruebas escritas que confirmaban que sus métodos eran legales".
Al fin y al cabo, el vivero de ideas de la tortura fue la Oficina de Asesoramiento Legal de la Casa Blanca, adscrita al Departamento de Justicia, la entidad que emitió una serie de memorandos y envió una retahíla de cartas que autorizaron el uso de técnicas de maltrato a prisioneros, como el ahogamiento fingido. En mayo, el propio Departamento cerró una investigación interna sobre la actuación de los tres abogados de la Administración de Bush (John Yoo, Jay Bybee y Steven Bradbury) que redactaron aquellos memorandos que autorizaron técnicas extremas de interrogatorio entre 2002 y 2007.
Algunos de aquellos memorandos, hechos públicos por Obama el pasado mes de abril, son un verdadero manual de la tortura, una antología de la barbarie para el uso a discreción de los agentes de la CIA. Fueron la confirmación de que se seguiría el camino abierto por aquellos pasos que tímidamente se daban en 2002 y 2003, revelados en el informe desclasificado el lunes. En un informe de 2002, escrito por John Rizzo, se aconseja: "Con el uso del bofetón en la cara, el interrogador le da una palmada al individuo en la cara con los dedos ligeramente abiertos. Esa franja hace contacto directo con el área sita entre la punta de la barbilla y la parte inferior al lóbulo de la oreja. El interrogador invade el espacio personal del individuo. La finalidad del bofetón facial no es infligir daño físico que sea duradero o severo. Al contrario, el propósito del bofetón facial es inducir un susto, la sorpresa y/o la humillación". Y, al fin y al cabo, como se dice más adelante, "para que el dolor o sufrimiento se eleven al nivel de tortura, el estatuto requiere que sean severos".

Más consejos sobre como maltratar bien: "El confinamiento conlleva la colocación del individuo en un espacio reducido, cuyas dimensiones restrinjan la libertad de movimiento. El espacio reducido es, normalmente, oscuro. La duración del confinamiento dependerá de las medidas del contenedor. En los espacios confinados de mayor tamaño el individuo puede sentarse y levantarse. En los de menor tamaño, sólo puede sentarse. La reclusión en el espacio grande puede durar hasta 18 horas. El pequeño, no más de dos".
Aquellos memorandos de la tortura incluso llegaban a recomendar amenazas y extorsiones a la carta. Abu Zubaydah, por ejemplo, ahora preso en Guantánamo, tiene terror a los insectos. "Ustedes planean informar a Zubaydah de que van colocar un insecto punzante en su celda, pero en su lugar le van a colocar un insecto inofensivo, como una oruga. Si lo hacen, para asegurarse
[de que cumplen con la ley], deben informarle de que la punzada del insecto no produciría la muerte o un dolor severo". ¿Y sufriría excesivamente Zubaydah? "Una fobia no es una enfermedad mental", dice el informe. "No registra ninguna condición o problema mental preexistente que le haga propenso a sufrir enfermedades mentales prolongadas derivadas de los métodos de interrogación que ustedes proponen". Carta blanca.

Y todo por una misión, filtrada desde las altas esferas del poder, desde la misma Casa Blanca: defender a América. En justificación de aquellas técnicas salió el martes su padre ideológico, el ex vicepresidente Cheney. "Los documentos revelados el lunes demuestran claramente que los individuos sujetos a técnicas especiales de interrogación ofrecieron la mayor parte de datos de inteligencia de los que disponemos sobre Al Qaeda. Esos datos salvaron vidas y previnieron ataques terroristas. Esos detenidos, además, de acuerdo con los documentos, jugaron un papel en casi todas las capturas de miembros de Al Qaeda y sus asociados desde 2002". Y finaliza: "Aquella gente merece nuestra gratitud".
Por las filtraciones de la prensa nacional este mismo mes de agosto, se sabe que incluía dinero y entrenamiento para formar un equipo de agentes secretos capaz de liquidar a yihadistas de Al Qaeda por la vía rápida, matando a sus principales dirigentes, y que después de 2004 incluyó a mercenarios de la empresa privada Blackwater. Por aquel trabajo, Blackwater (ahora renombrada Xe Services) recibió "millones de dólares para entrenamiento y armamento", según publicó recientemente el diario The Washington Post.
Blackwater llegó a ser el mayor contratista de Washington en Irak, ingresando millones de dólares por misiones de seguridad privada y protección de miembros del cuerpo diplomático. El Departamento de Estado rescindió los contratos con la empresa a principios de este año, tras recibir informes que revelaban la existencia de un supuesto fraude en las facturas, algo que la empresa ha denegado en repetidas ocasiones. Previamente, el gobierno de Irak había expulsado a la empresa por la muerte de 17 civiles en una misión de protección de diplomáticos norteamericanos en Bagdad en 2007.
Panetta decidió cancelar fulminantemente el plan antiterrorista de la CIA en junio y acudió al Capitolio a informar de él a diversos representantes y senadores. "El director Panetta pensó que debía informar al Congreso, y así lo hizo, Además, sabía que el programa no había ofrecido resultados, así que lo acabó", dijo el portavoz de la CIA George Little el pasado jueves a Associated Press. "El director Panetta no le contó a ningún comité que la agencia hubiera mentido al Congreso o hubiera roto la ley".
Esta revelación le costó a Panetta un encontronazo con la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, que afirmó públicamente en mayo que la CIA le había mentido a ella y a los demás legisladores. "La CIA sólo me informó una vez sobre los interrogatorios especiales, en septiembre de 2002, en mi calidad de miembro demócrata de mayor rango en el Comité de Inteligencia. Se me informó de que los asesoramientos legales del Departamento de Justicia habían llevado a la conclusión de que el uso de técnicas especiales de interrogación eran legales. La única mención sobre el ahogamiento fingido en aquellas sesiones fue para negar que se estuviera utilizando". De modo que, según la persona que ocupa el puesto de tercer rango en la sucesión de poder del país, la CIA mintió consciente y reiteradamente al Congreso.
Entonces, en mayo, Panetta hizo suyas por primera vez las heridas infligidas a la CIA por la anterior Administración, y se dispuso a curarlas con una defensa cerrada a su personal. Desmintió a Pelosi. Se enfrentó a los demócratas en el Congreso. Abrió una guerra en el partido. En un correo electrónico enviado a sus subordinados, Panetta dio garantías a los suyos el pasado 15 de mayo de que "la CIA nunca ha mentido al Congreso". Pronto, los hechos le desmintieron.
Días después se enteró de que estaba en vigencia el programa secreto para matar terroristas.
Fue entonces cuando tuvo que acudir al Congreso a informar de él, forzosamente. A los dos días, en defensa de Pelosi, un grupo de demócratas de la Cámara de Representantes le envió una carta pidiéndole que se retractara de lo dicho en aquel correo electrónico enviado a sus subordinados. "Recientemente, usted testificó que tenía noción de que diversos oficiales de mando de la CIA han escondido actos de gran calado a todos los miembros del Congreso y han engañado a los congresistas durante diversos años, desde 2001 hasta esta semana", dijeron. "En vista de su testimonio, le pedimos que corrija públicamente su comunicado".
En ese estado, maltrecho, está la CIA. Herida por una Administración que la utilizó a su antojo para torturar y probar experimentos con los presos, los derechos humanos y la dignidad de las personas. Cheney defiende aquellos años truculentos. Desde que dejó el gobierno no se ha cansado de repetir que aquellos interrogatorios aportaron mucha información valiosa que salvó miles de vidas. Y refiere, una y otra vez, a los informes que van viendo la luz.

"La información extraída a los detenidos ha ayudado a identificar a terroristas", según el documento de 2004. "Por ejemplo, información de Abu Zubaydah ayudó a identificar a José Padilla y a Binyam Muhammed (que planeaban detonar una bomba sucia de uranio en Washington o Nueva York). Riduan Hambali Isomuddin proporcionó información que llevó al arresto de otros miembros de Al Qaeda antes no identificados en Karachi. Todos habían sido designados como pilotos para un ataque aéreo en EE UU".

En las páginas finales del informe, se relata todo un rosario de ataques terroristas frustrados, el misal de Dick Cheney para justificar la tortura: planes para el bombardeo del consulado norteamericano en Karachi; estrellar un avión en el aeropuerto de Heathrow, en Londres; descarrilar un tren y hacer explotar simultáneamente diversas gasolineras en EE UU; cortar los cables de suspensión de diversos puentes de Nueva York para derrumbarlos, y un ataque calcado al del 11 de septiembre de 2001 pero en Los Ángeles.
No ha habido un atentado en suelo americano desde 2001. Sobre las razones, hay ahora dos versiones en juego. Cheney y la anterior Administración asegurando que es así, en gran parte, gracias a la CIA. Eric Holder y los líderes de la mayoría demócrata en el Congreso, que opinan que hay razones que pueden sustentar el argumento de que el país es más seguro a pesar de la tortura de la CIA.

Obama ha evitado pronunciarse sobre este nuevo informe o sobre la reapertura de investigaciones de Holder. Pero le ha dado un golpe mortal a las actividades antiterroristas de la agencia. La semana pasada creó, a recomendación de una comisión que formó un día después de tomar posesión de su cargo, un nuevo equipo de élite que se encargará de interrogar a los terroristas detenidos.

El equipo estará compuesto por agentes de diversas agencias, pero estará albergado en la sede del FBI y dirigido por un agente de ese cuerpo de policía, dependiente del Departamento de Justicia. Lo supervisará directamente la presidencia, a través de Consejo de Seguridad Nacional, y se regirá únicamente por el Manual de Campo del Ejército, que prohíbe, a todos los efectos, la tortura. Obama quería cerrar un episodio, ciertamente oscuro, en la historia CIA. Esperaba, con ello, pacificar los ánimos en la sede de la agencia, después de años de confusión y graves errores. No contaba con que su propio fiscal general iba a considerar que las heridas del pasado son todavía demasiado profundas como para poder ignorarlas.

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