31 marzo 2007

CUATRO AÑOS DESPUES DEL 11-S. LA INCURSION NORTEAMERICANA EN IRAK TIENE FINAL INCIERTO. (Foto: AP)

TRIBUNA: BUSH SE EQUIVOCO AL PROVOCAR LA GUERRA DE IRAK



Desde el 11-S, el pueblo norteamericano estaba dispuesto a ser guiado en más de una dirección. Pero el Presidente eligió la peor.
Francis Fukuyama. Politólogo. John Hopkins University, EE.UU. Apunto de cumplirse cuatro años desde el 11 de setiembre de 2001, una manera de organizar un análisis de lo que sucedió en la política exterior norteamericana desde ese día fatídico es preguntarse hasta qué punto esa política emergió de la cultura y la política norteamericana y hasta qué punto surgió de las particularidades de este Presidente y este gobierno. Es tentador ver una continuidad con el carácter norteamericano y la tradición de política exterior en la respuesta de la administración Bush al 11-S, y muchos lo han hecho. Siempre tendimos a lo forzosamente unilateral cuando nos sentimos bajo coacción. Y en esos momentos hablamos con cadencias idealistas. Sin embargo, ni la cultura política norteamericana ni cualquier presión doméstica subyacente determinaron las decisiones clave de la política exterior norteamericana después del 11-S.Inmediatamente después de los atentados, los norteamericanos habrían permitido que el presidente Bush los guiara en más de una dirección, y el país estaba dispuesto a asumir riesgos y sacrificios sustanciales. La administración Bush no le pidió sacrificios al norteamericano promedio, pero tras la rápida caída de los talibán se movió en gran escala para solucionar un problema de larga data que sólo estaba relacionado de manera tangencial con la amenaza de Al Qaeda: Irak. En el proceso, malgastó el abrumador mandato público que había recibido después del 11-S. Al mismo tiempo, ahuyentó a la mayoría de sus aliados cercanos, muchos de los cuales, desde entonces, adoptaron una política de "equilibrio suave" contra la influencia norteamericana, y agitó el antinorteamericanismo en Oriente Medio.La administración Bush podría haber elegido, en cambio, crear una verdadera alianza de democracias para combatir las corrientes conservadoras provenientes de Oriente Medio. También podría haber profundizado las sanciones económicas y garantizado el regreso de los inspectores de armas a Irak sin entrar en guerra. Podría haber favorecido un nuevo régimen internacional para combatir la proliferación. Todos estos senderos habrían estado en sintonía con las tradiciones de política exterior norteamericanas. Pero Bush y su gobierno optaron libremente por hacer otra cosa.Las opciones en materia de política exterior de la administración Bush no estuvieron limitadas por preocupaciones políticas internas más que por la cultura política exterior norteamericana. Se habló mucho del surgimiento en los Estados Unidos de los "estados rojos" (republicanos), que supuestamente constituyen el sustento político de la política exterior unilateralista del presidente Bush, y del mayor número de cristianos conservadores que le darían forma a la agenda internacional del presidente. Pero la magnitud de estos fenómenos se han exagerado profundamente.Se les prestó tanta atención a estos falsos determinantes de la política de la administración que se subestimó una dinámica política diferente. Dentro del Partido Republicano, la administración Bush obtuvo el apoyo para la guerra en Irak de los neoconservadores (que carecen de una base política propia, pero ofrecen un poder intelectual considerable) y de lo que Walter Russell Mead llama "los Estados Unidos jacksonianos" —nacionalistas norteamericanos cuyos instintos los guían hacia un aislacionismo contencioso—.Los hechos fortuitos luego magnificaron esta alianza improbable. El que no se encontraran armas de destrucción masiva en Irak y que no se pudieran demostrar conexiones relevantes entre Saddam Hussein y Al Qaeda hizo que el presidente, cuando llegó la hora de su segundo discurso inaugural, justificara la guerra exclusivamente en términos neoconservadores: es decir, como parte de una política idealista de transformación política de Oriente Medio. La base jacksoniana del presidente, que ofrece el grueso de las tropas que prestan servicio y mueren en Irak, no tiene ninguna afinidad natural por una política de este tipo, pero no abandonaría al comandante en jefe en medio de una guerra, especialmente si hay una clara esperanza de éxito.Sin embargo, esta coalición de guerra es frágil y vulnerable a los contratiempos. Si los jacksonianos empiezan a percibir que la guerra es imposible de ganar o decididamente un fracaso, poco respaldo habrá en el futuro a una política exterior expansiva que se concentre en promover la democracia. Eso, a su vez, podría conducir a las primarias presidenciales republicanas de 2008 en direcciones que probablemente afecten el futuro de la política exterior norteamericana en general.¿Estamos fracasando en Irak? Todavía no está claro. Estados Unidos puede controlar la situación desde un punto de vista militar siempre que elija mantenerse allí en gran número, pero nuestra voluntad de mantener los niveles de personal necesarios para sostener el curso es limitada. El ejército de voluntarios nunca estuvo pensado para luchar contra una insurgencia prolongada y tanto el Ejército como el Cuerpo de Marines tienen problemas de cantidad de hombres y de moral. Mientras que el apoyo público para permanecer en Irak sigue siendo estable, fuertes razones operativas quizá lleven a la administración a reducir los niveles de fuerzas el próximo año.Dada la imposibilidad de garantizar el apoyo suní a la constitución y las divisiones dentro de la comunidad chiíta, parece cada vez más improbable que se instaure en breve un gobierno fuerte y cohesivo en Irak. De hecho, el problema ahora será impedir que los grupos constituyentes de Irak busquen protección en sus propias milicias más que en el gobierno. Si Estados Unidos se retira prematuramente, Irak caerá en un caos aún mayor. Eso desataría una cadena de hechos desafortunados que afectarían aún más la credibilidad norteamericana.No sabemos cuál será el desenlace en Irak. Sí sabemos que, cuatro años después del 11-S, nuestra política exterior parece destinada a subir o caer según el resultado de una guerra sólo relacionada marginalmente con lo que nos sucedió aquel día. No había nada de inevitable en esto. Y sí todo para lamentarlo
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